sábado, 6 de junio de 2015

¡Joder con... las dietas!

Dejamos atrás un nuevo invierno y como viene siendo cada vez más habitual, el verano nos golpea sin prácticamente avisar. Tiramos de la sana costumbre española, con perdón de vascos y catalanes, de dejar todo para última hora y comenzamos una operación bikini relámpago que debe estar finiquitada antes de que abran las piscinas. Me quedan dos semanas. ¡Aaaaaaahhhhhorror! 

Buscamos soluciones rápidas y yo he oído hablar de una dietista que promete perder 2 kg por semana o si no, te devuelve encima. No lo pienso y  me lanzo a una ilusionante primera visita. Aunque mi fuerza de voluntad no disminuye un ápice, consigo hacerme una idea de lo que se me viene encima. 

Mi cesta de la compra habitual se asemeja más a la de una peña de un pueblo en fiestas que a la de una familia. En mis armarios abundan las patatas fritas, los frutos secos, chocolates, magdalenas, galletas con todo tipo de relaciones con el chocolate: bañadas, con pepitas por dentro, por fuera, encima, debajo, blanco, negro, semi...., 

Pues la tía me ha dicho que todo esto fuera. Que mis armarios deben parecer la despensa de Auschwitz y que  lo sustituya por cereales. Me ha dado una lista de ellos que además de aportar pocas calorías están riquísimos. Ahora bien, estos cereales no han llenado mis expectativas. Puede que tengan pocas calorías pero sus propiedades organolépticas son lo más parecido a masticar esparto. Ni si quiera te manchan las manos.  Mi hámster se niega a probarlos y se me tira a morder cuando le lleno el comedero. El canario ya no canta su dulce melodía, ha solicitado un Habeas Corpus, y ahora, para colmo, se me ha hecho de Podemos. 

Otra de sus recomendaciones va encaminada a convertir su lista de pacientes en su cabaña de vacuno particular. Me habla de vegetales que yo creía extinguidos: brócoli, acelgas, apio, cardo, espinacas, coles... Me dice que están muy buenos pero ¿habéis pasado alguna vez por un campo recién abonado con purines? Pues después de cocinar alguno de estos vegetales desearéis que vuestra casa huela como unas cebadas recién duchadas con los meados de las vacas, los cerdos y/o las ovejas. Un consejo: si podéis, cocinadlo en el patio, pero del vecino de la calle de al lado. Y si tenéis un bovino cerca intentad escamotearle sus cuatro estómagos porque no hay uno  de origen humano con la capacidad de digerir estos alimentos. No tienes más que ir al súper y saber leer las señales. En el pasillo de los vegetales, amenizado por el Requiem de Mozart, encuentras gente amargada, infeliz de la vida, enfermos de colesterol, diabéticos y despistados.  Ahora, vas al pasillo de las galletas, los bollos, las mantecadas, tigretones y demás, y todo es alegría. 

A pesar de todo lo dicho, la dietista es una dechada de permisividad. Me deja oler el chocolate: 2 aspiraciones cada ocho horas. Las napolitanas las tengo que considerar billetes de 200, sólo las puedo ver en foto o en pintura, y si es en esta última modalidad quedan prohibidas versiones hiperrealistas. El chorizo, permitidos dos parpadeos rápidos con la nariz tapada. Puedo preparar un cocido semanal, eso sí, de comerlo nada. En algún momento, todo hay que decirlo, he pecado de debilidad. Sin ir más lejos, ayer mismo, abrí una lata de mejillones en escabeche y contemplé su interior durante más de tres misisipis. 

Uno de los puntos más peliagudos y que ha desatado arduas negociaciones ha sido los helados. Soy un asiduo, adicto, adepto y reincidente. Abro una tarrina de Mercadona 500 ml. de, por ejemplo, nueces de Macadamia, y emprendo una firme labor que no terminará hasta dejar la cuchara, tapadera, envase y plastiquillo como sacados de fábrica. Ante las dudas razonables de la posible desaparición de esta costumbre, intenté adelantar una salida digna para mí golpeando primero y ofrecí, lo que yo consideraba un trato justo: cambiar el atracón diario por un par de cucharetazos (tan mal pintaba la cosa). Pues va la tía puta y me suelta que lo cambie por un flash. ¡Y una polla!  

El otro punto que más recelo despertaba y que me llevó a plantearme si quiera la visita era la cerveza. Dejar la cerveza me iba a suponer realizar un cambio existencial. Ni el nacimiento de mis cuatrillizas se me hacía tan radical. Tenía asumido que un profesional de este campo no iba a transigir con el alcohol pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, al mencionarlo, ni siquiera levantó la cabeza.  Es más, me invitó a que incluyera un par de birras diarias. Tenían que ser de una marca concreta. Mi gozo en un pozo. Al igual que los cereales la carroza se convirtió en calabaza al primer sorbo. Su composición no conocía el lúpulo, la cebada, la malta, ni el anhídrido carbónico. Es más, para cobrar las facturas venía el hombre que me lee el contador del agua. Muy sospechoso. Me veía morir.  Intenté llegar a un nuevo trato con ella. Un trato muy caro. Si obviaba los helados me dejaría escuchar el descorche de tres botellines de Mahou diarios y lamer la espuma que derramen. 

Pasan los días y este camino se está haciendo muy pedregoso. Acabo de pasar por un bar y mientras yo tomaba una infusión (de esto no tengo límite ninguno, maldita la falta que me hace), a mi lado un albañil devoraba un pincho de tortilla con un par de torreznos que hicieron que me emocionara. Al coger el vaso de una espumosa cerveza cuyo mar blanco se deslizaba, mojando su mano, y llevárselo a la boca, no pude evitar que dos lagrimones tamaño Din A-3, cayeran lentamente por mis mejillas obligándome a huir al excusado mientras no paraba de preguntarme: ¿por qué?, ¿por qué?  

La recompensa a todo este sufrimiento llega cada miércoles en una nueva visita. La báscula habla. En los primeros 15 días  he perdido un femtogramo. No es para tirar cohetes, no. A este ritmo el 19 de julio del año 3567 estaré en mi peso ideal. Lo importante es que no he ganado. Aunque como dicen por ahí con esta dieta cuando lleve un mes lo que habré perdido serán unos 30 días.
¡Ponme una de bravas y...  a tomar por culo!

(Dedicado a María José, sé fuerte)

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