domingo, 2 de agosto de 2015

¡Joder con... las vacaciones!

Vacaciones en Cádiz.

Son las 4 am. Comienza una maravillosa semana de vacaciones en la playa y en familia. Nuestro destino es Cádiz. Madrugar es la única solución para que el pequeño no dé mucho la tabarra y haga el viaje dormido. En Castilla y León está prohibido el cloroformo y en el coche no puedo sintonizar el Boing. 

Enfilamos por la ruta de la plata con más de 700 maravillosos kms por delante. A medida que se vacía el depósito de gasoil aumentan las dudas a la hora de escoger una buena salida para repostar. Todas las estaciones de servicio que dejamos atrás tienen una pinta estupenda, están al lado de la autovía y además el parking tiene los coches suficientes para hacernos creer que se come bien, pero no tantos para que nos haga sentirnos agobiados. 
En la próxima paro, me digo. Aquí es donde se cuela el factor laputavida. La siguiente, resulta ser una estación de servicio de mierda que te saca a 5 km de la autovía. El GPS no para de repetir: "-Coja la primera salida y dé la vuelta".  Para mejorar las expectativas acaban de parar dos autobuses de jubilados y tres del Sporting que viene de jugar un amistoso contra el Fregenal de la Sierra, justo antes de parar nuestro motor y ya se están haciendo fuertes en la barra. Además, el camarero está de resaca y se ha roto el aire acondicionado. Voy al aseo para cambiar las aguas. Sale un tipo ajustándose el cinturón que evita mi mirada. Mal gesto. Esto no augura nada bueno. Abro la puerta del retrete y se confirman mis sospechas. Vámonos. Ya pararemos por Almendralejo. 
Continuamos viaje y, ahora sí, las siguientes 212 estaciones de servicio vuelven a ser un paradigma del paraíso. 

Por fin llegamos. Ya estamos en el Puerto de Santa María. Ya nos hemos hospedado. Mientras buscamos un sitio para comer saludamos a la mitad de los vecinos del pueblo de los que venimos huyendo pero que indefectiblemente te encuentras año tras año, sea cual sea el destino elegido. 

Muchas playas, muchísimas, optamos por una de la zona conocida como los Toruños que me transportan al baño del bar de carretera donde paramos hace ya unas horas. 
Una maravilla de playa, arena fina, larga, muy larga y sin problemas de espacio. 
El cansancio del viaje hace mella y mis ojos comienzan a cerrarse. Una campanilla me despierta. Glin, glin, glin, glin, glin.... Los buscavidas advierten su presencia a toque de esquila: "- Vamo niña. A euro. Lo mehore durce der Puerto. La napolitana, lo shusho con su asuquita. Venimo a endurzarte la tarde."
¡Tarde! la que me estáis dando, cabrones. Tú, el de las Cocacolas, el de los pareos, el de los mojitos, el de las trenzas, el del pescaíto, el de las copas en la disco.... Como diría Robe Iniesta: ¡Iros todos a tomar por culo!

Hotel muy bonito, céntrico y limpio; los porteños, simpáticos y serviciales; la comida buena y barata; el ambiente agradable. En resumen, recomiendo el Puerto de Santa María. Le doy dos estrellas GoodYear. 
Puedes, incluso, dar un paseo en calesa. Yo no lo hice pero sí vi a un inglés de Southampton que tomando asiento le decía al conductor: "-Mi querer ver puertou deportivou." Desaparecieron entre la caló y el tráfico. Media hora más tarde les volvimos a ver, el guía igual, el inglés más rojo si cabe y el caballo desencajado por semejante paliza. Tras pedir la cuenta, el hijo de la pérfida Albión protesta, sintiéndose engañado por la cuenta: "-Mi querer ver tarifa." El caballo asustado no se permite el lujo de dudarlo un instante y girando su cuello no da opción al guiri; "- A Tarifa te lleva tu puta madre".

Es un tópico eso del desapego al trabajo por parte del pueblo andaluz. Yo sólo puedo decir en su defensa que la culpa es del clima. Por lo general soy de dormir alrededor de 7 horas. Pues aquí 12 no me eran suficientes. Llegaba a la playa y caída en brazos de Morfeo. Comía y me quedaba traspuesto. Nos sentábamos a tomar un refrigerio en una terraza y el peso de los párpados era insuperable. Era llegar al hotel por la noche y abrir los ojos sobresaltado a las 12 del día siguiente: "-¿Dónde estoy? ¿Cómo ha quedado el Madrid?"
Así que no culpemos al pueblo andaluz, culpemos al clima. Un andaluz en unas condiciones climatológicas más favorables no tiene nada que envidiar a un chino en cuanto a productividad se refiere. 

Uno de los días montamos en un catamarán con destino Cádiz. Es un viaje plácido y tranquilo aunque no debe pensar lo mismo un tipo que se sentó a mi lado. Apenas zarpamos comenzó a perder el color. Todos los días de bronceado se fueron en un "levad anclas". Yo, servicial le ofrecía bolsas y le animaba a que asomara la cara por estribor para recibir el viento de poniente en su rostro. Dos veces tuve que sujetarlo para que no fuera pasto de los tiburones. Ya en puerto, la tripulación tuvo que hacer uso de todo su poder de persuasión para que soltara la barandilla y abandonara el barco. A la vuelta, en el interior de una tasca, volví a oír su voz familiar. En pose orgullosa, rodeado de grumetes, proclamaba cómo en uno de sus viajes por los siete mares, la tormenta partió el palo de mesana y tras comprobar que todos huían, cortó el velamen a la vez que las olas le castigaban el cuerpo y cegaban sus ojos. De vez en cuando hacía una pausa para despertar la curiosidad de los marineros dando una chupada a su pipa. En una de estas pausas no tuve por más que felicitarle y hacerle llegar mi alegría de que hubiera recuperado el color y el espíritu. Aunque yo juraba a la parienta que era el de los mareos, éste se excusó: "-Caballero, nunca antes nos hemos visto. Usted me confunde con otra persona." Dicho esto, pagó su consumición y se esfumó. 

En Cádiz pude ver hechos y personajes que pensaba extinguidos hace ya siglos. La vida del Buscón y el Lazarillo de Tormes pululaban por las antiguas calles gaditanas. Una mujer entre cómica y patética quería hacer ver a los ciudadanos y ciudadanas una rara enfermedad consistente en poner un pie patizambo, el otro, unos centímetros adelantado pero con los mismos síntomas; ahora doblamos la cadera 90 º y mantenemos el tronco paralelo al suelo, para no acabar con una distrofia real, la impostora apoyaba el peso del cuerpo en sendas muletas, la cabeza erguida y el rostro compungido completaban esta rara enfermedad, a día de hoy, no reconocida por la OMS. Unas monedas rodeaban a esta extraña figura. 

Otro de los sujetos que más llamó mi atención fue el hombre de la silla. El hombre de la silla es desgarbado, alto, de tez morena. Una perilla adorna su afilado rostro y está tocado con una gorra echada hacia atrás y de los Nets. En una mano ase una botella, medio llena vamos a decir, de vino y con la otra empuja una silla. Lo que descuadra la imagen es la silla. Se trata de una silla de oficina, de cinco ruedas, tapizada en color verde y con más mierda por centímetro cuadrado que un establo. El tipo la lleva allá donde va. Discute con todo el mundo y pide monedas a quien le quiera escuchar. Toma asiento unos segundos, da buena cuenta de la botella y continúa calle abajo con su lecho de pulgas a ruedas. 

Otro de los días, nos acercamos a un parque acuático. Lo primero que me impactó fue un sujeto de unos 60 años algo fondón. Más que el fulano, lo que te impedía mirar a otro lado, era su bañador. Mejor dicho, la manera en que lo llevaba puesto. Era tipo turbo. Negro. Y grande.  Lo llevaba alto, como si unos tirantes invisibles lo elevarán por su tronco. Por su forma de hablar diría que era de fuera pero  por la forma de llevar el bañador diría que era extraterrestre. Además puedo afirmar que no se llevaba bien con su familia. Si le quisieran, aunque sólo fuera por heredar, algún miembro le tendría que haber advertido: "-Bájate eso, por dios-". 
Si llenáramos de plomo el bañador y le lleváramos a un hospital para realizar unos rayos, en la placa resultante sólo podríamos analizar enfermedades pulmonares, nada de riñón para abajo. 

Nuestra estancia en el parque terminó de forma trágica. Después de presenciar cómo un niño pedía ayuda ante un inminente ahogamiento, me despojé del reloj, le cedí el iPhone a la parienta confiándole la clave de desbloqueo y me tiré a auxiliar al pequeño ante la pasividad de los socorristas que habían quedado acongojados ante tan complicada misión. Resultado: niño a salvo y yo con una incisión en la barbilla que había que suturar. Y rápido. Saqué un hilo del dobladillo del bañador y pedí urgentemente una aguja, un espejo y una botella de whisky. Me cerré la herida con tres puntos mientras la gente se agolpaba y daba palmaditas en mi espalda. No ha colado, ¿verdad?  Está bien. Me caí del tobogán y el médico me tuvo que prometer que me podía quedar con el palito si dejaba de gritar. 

La segunda mitad de las vacaciones estuvimos en Tarifa. 
Tarifa está bien si te gusta el surf y tienes cometa, luces tatuajes, comes pizza y no te asusta el agua fría. 
En el Puerto Sta Mª el agua de la bahía está calentita. Si eres de infusiones, puedes meter al baño maría una bolsita de roiboos o de cola de caballo y en unos minutos tienes una bebida caliente. Incluso mi mujer se bañó. Ella que se ducha con traje de neopreno. En Tarifa, no. A Tarifa llega una foca gris y mete una aleta, luego la otra, dice un par de veces "¡coooño!". Vuelve a la arena. Se lo piensa. Cierra los ojos al grito de "suputamaaaaadre" y antes de sumergirse, saca un billete para Marruecos en el primer ferry. 

En Tarifa los valores del culto al cuerpo están bastante desarrollados. Ellos caminan por la playa con esos andares entre robóticos y de confianza en uno mismo que dan los músculos. Siempre me pregunto si este proceder es más físico que psicológico o viceversa. Los kilos de músculos están aderezados con múltiples tatuajes. Hoy en día, en una playa, si no tienes un tatuaje eres como una gaviota. Si tuviera que elegir, me tatuaría el six pack y así mataba dos pájaros de un tiro, con perdón de los animalistas, es sólo una expresión, no os vayáis a querellar. 

Ellas, con sus bañadores intentan tapar el espacio comprendido entre dos meridianos consecutivos, lo que viene siendo, en castellano, la raja el culo por detrás y el felpudo maldito por delante. Más tarde sustituirán sus pedacitos de tela por unos pantaloncillos en los que la unidad de medida ya no son los meridianos. Ahora nos vamos a expresar en paralelos. Aquí la raja el culo no es lo importante. Lo que importa son los mofletes y su visibilidad. Prestando especial atención a los hemisferios sur de ambos. Llegar a ver el ecuador es difícil pero hay casos documentados. 

Un par de días en Tarifa me han dejado exhausto. Dormir es imposible. La cama del apartamento cruje. Al más mínimo movimiento chilla como si estuviera metiéndose en el agua. A veces creo que sólo pensar en darme la vuelta es captado por ella y comienza a crujir despertando al bloque entero. En una ocasión intenté engañarla levantado despacio una mano para luego mover un pie pero fue más lista, me pilló. Acabé durmiendo en el suelo. El dueño se niega a hacernos una rebaja y asegura que todo son fantasías pero en sus ojos se aprecia algo: comprensión. 

Son las 4 am. Ha pasado una semana. Despierto con los ojos inyectados  en sangre. La puta cama no ha dejado de gritar en estos últimos tres días. Iniciamos la vuelta a casa con la esperanza de dormir sin sobresaltos.



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