¿Cuántas veces has cogido un producto, por lo
general un alimento, encerrado en un envase y has leído eso de "abrir por
aquí", "open", "abrefácil", etcétera?
El envase es la tarjeta de presentación no
sólo del producto, sino de todos y cada uno de los trabajadores que forman el
grupo empresarial. Un envase debe reunir una serie de requisitos para
transmitir la imagen que en el exterior la empresa quiere proyectar.
Tú, confiado e inocente consumidor, entras al
trapo y, con una mezcla de orgullo y satisfacción por el producto adquirido,
con su envase moderno, práctico, cómodo y sobretodo, en estos tiempos que
vivimos, ecológico, no ves llegar la hora de poner en práctica eso del
"open".
Es aquí cuando se te cae la venda de los ojos
y descubres la gran mentira de la ingeniería alimentaria. Donde antes
imaginabas a unos profesionales con su bata blanca impoluta, por la que asoma
un inmejorable nudo windsor en su corbata, sus gafas de seguridad, acaso una
mascarilla, su cabello repeinado...; después de haber pasado por el trance de
abrir uno de estos artilugios del diablo, aquéllos se convierten en los mayores
bastardos que puedas imaginar, capaces de hacer despertar de tu interior el
Quevedo que llevamos dentro para elaborar complicadísimos juramentos, productos
de no poca reflexión.
Pongo algunos ejemplos.
¿Quién no ha sido tocado por la diosa Fortuna
con uno de esos tarros de cristal cuya tapa se abre en el sentido de las agujas
del reloj? ¿O es al contrario? Espera que cojo un trapo. ¡Anda quita, déjame a
mí! ¡La puta madre que lo parió! Joder, ¿Con qué lo han cerrado? ¿Con Loctite?
Prueba con el escoplo. No, con el cuchillo. Ponlo debajo del grifo. Dale
unos golpecitos en el suelo boca abajo, a ver si así... Llama a tu padre anda,
a ver si él...
Al final lo acaba cogiendo la abuela que tiene
artritis en las dos manos y se escucha un sonido mágico: PLOP. Eso sí, se
mancha la bata con el líquido interior, mientras los demás se quejan:
"-¡Claro!, se lo había dejado a huevo"-.
Uno de mis envases favoritos es uno que está
elaborado con una parte de plástico duro que hace las veces de continente y una
lámina de plástico fino con la función de tapadera, como por ejemplo, el de las
pizzas precocidas. Llevan una pequeña solapa que se levanta para poder
tirar de la tapa y abrir el producto. ¡Ni de coña! Sería más fácil despegar
Crimea de Rusia. Comienzas rascando con la uña para levantar la solapa
pero es un acto inútil. Después de haber dejado los dedos en el intento,
recorriendo todo el perímetro del envase llegas a la conclusión de que es
inexpugnable. He leído sobre algún caso positivo, en el sur de Estados Unidos,
en el estado de Alabama. Un sujeto capaz de despegar 4 de cada diez, si
bien luego el plástico se le rompía.
Al final, acabas poniendo en práctica el plan
B y destrozas la tapa con el cuchillo. Sin ningún tipo de rencor, porque eso no
va contigo, dejas el trozo más grande del plástico como el azúcar glass y tiras
la pizza a tomar por culo porque se te ha quitado el hambre.
Uno de los que encuentro totalmente sin
sentido es el cartón de las barras de helado. Su apertura se realiza tirando de
un troquelado que rompe el molde de papel por su cierre recorriéndolo a lo
largo de una de las caras. Un troquelado de estos puede tener ¿30? muescas. Pues
no conozco a nadie que tirando de la cinta haya conseguido romper más de tres.
Luego, esperanzado tiras por el lado contrario con idéntico resultado.
Mientras, la familia entera está salivando, cada uno con sus dos galletas en
ristre metiéndote prisa. Coges el camino fácil, el cuchillo, y vas despegando
todas las caras del helado. Para que no se pierda un ápice repasas el cartón
con el cuchillo y le das el correspondiente lametón al cubierto. Los demás
indignados no paran de protestar mientras tú te agarras al socorrido:
"-El que parte y reparte....-"
Las botellas del oro líquido, el aceite,
llevan unos tapones que son auténticos sistemas de seguridad. Primero te las
tienes que ingeniar para romper un precinto de plástico que recorre la
circunferencia del tapón. Puedes confiar en que sale de una pieza igual que
confiarías que sale adelante una enmienda de la oposición. Toca meter cuchillo.
Salvado este primer escollo nos encontramos con una anilla de plástico en el
interior de la que hay que tirar para arrastrar la membrana que cierra.
Intentas meter el dedo índice, no cabe. Pruebas con el meñique y aquí sale
relucir todo el trabajo de investigación de los hombres de las batas. Te dejan
entre dos aguas. El meñique cabe lo justo para que puedas agarrar la anilla
pero que luego, cuando vas a tirar, se suelte. ¡Hijosputa! Esto hace que estés
unos buenos diez minutos intentándolo hasta que, desesperado, vuelves a
coger el cuchillo. Metes la punta y cuando vas a tirar: "-A la
mierda-" Se rompe. Solución. Clavar el cuchillo. Aquí, imaginas que lo que
estás pinchando son los escrotos de esos malnacidos de bata blanca. Ya no
tienes ganas de aliñar la ensalada.
Otro muy curioso. Las cajas de galletas, no
todas. Me refiero a esas que una vez abiertas llevan un sistema macho-hembra
para que la caja quede cerrada después de cada uso. Consiste en una pestaña del
propio cartón que se introduce en un corte hecho al efecto. Muy bonito, muy
bien pensado y muy práctico. El problema surge cuando intentas abrir por
primera vez la caja. Está tan pegada que arrancas de raíz la pestaña, el corte,
siete "r" impresas en otras tantas "Marías" que hay en su
interior, A meter cuchillo.
Da gusto ver como cada día esta gente nos hace
la vida más cómoda, más fácil. Pero nunca, recuerda, nunca, subestimes el valor
de un buen cuchillo.
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