martes, 29 de abril de 2014

Joder con los abre fácil

¿Cuántas veces has cogido un producto, por lo general un alimento, encerrado en un envase y has leído eso de "abrir por aquí", "open", "abrefácil", etcétera?

El envase es la tarjeta de presentación no sólo del producto, sino de todos y cada uno de los trabajadores que forman el grupo empresarial. Un envase debe reunir una serie de requisitos para transmitir la imagen que en el exterior la empresa quiere proyectar. 
Tú, confiado e inocente consumidor, entras al trapo y, con una mezcla de orgullo y satisfacción por el producto adquirido, con su envase moderno, práctico, cómodo y sobretodo, en estos tiempos que vivimos, ecológico, no ves llegar la hora  de poner en práctica eso del "open".

Es aquí cuando se te cae la venda de los ojos y descubres la gran mentira de la ingeniería alimentaria. Donde antes imaginabas a unos profesionales con su bata blanca impoluta, por la que asoma un inmejorable nudo windsor en su corbata, sus gafas de seguridad, acaso una mascarilla, su cabello repeinado...; después de haber pasado por el trance de abrir uno de estos artilugios del diablo, aquéllos se convierten en los mayores bastardos que puedas imaginar, capaces de hacer despertar de tu interior el Quevedo que llevamos dentro para  elaborar complicadísimos juramentos, productos de no poca reflexión.

Pongo algunos ejemplos.

¿Quién no ha sido tocado por la diosa Fortuna con uno de esos tarros de cristal cuya tapa se abre en el sentido de las agujas del reloj? ¿O es al contrario? Espera que cojo un trapo. ¡Anda quita, déjame a mí! ¡La puta madre que lo parió! Joder, ¿Con qué lo han cerrado? ¿Con Loctite? Prueba con el escoplo.  No, con el cuchillo. Ponlo debajo del grifo. Dale unos golpecitos en el suelo boca abajo, a ver si así... Llama a tu padre anda, a ver si él... 
Al final lo acaba cogiendo la abuela que tiene artritis en las dos manos y se escucha un sonido mágico: PLOP. Eso sí, se mancha  la bata con el líquido interior, mientras los demás se quejan: "-¡Claro!, se lo había dejado a huevo"-.

Uno de mis envases favoritos es uno que está elaborado con una parte de plástico duro que hace las veces de continente y una lámina de plástico fino con la función de tapadera, como por ejemplo, el de las pizzas precocidas.  Llevan una pequeña solapa que se levanta para poder tirar de la tapa y abrir el producto. ¡Ni de coña! Sería más fácil despegar Crimea de Rusia. Comienzas  rascando con la uña para levantar la solapa pero es un acto inútil. Después de haber dejado los dedos en el intento, recorriendo todo el perímetro del envase llegas a la conclusión de que es inexpugnable. He leído sobre algún caso positivo, en el sur de Estados Unidos, en el estado de Alabama.  Un sujeto capaz de despegar 4 de cada diez, si bien luego el plástico se le rompía.   
Al final, acabas poniendo en práctica el plan B y destrozas la tapa con el cuchillo. Sin ningún tipo de rencor, porque eso no va contigo, dejas el trozo más grande del plástico como el azúcar glass y tiras la pizza a tomar por culo porque se te ha quitado el hambre.

Uno de los que encuentro totalmente sin sentido es el cartón de las barras de helado. Su apertura se realiza tirando de un troquelado que rompe el molde de papel por su cierre recorriéndolo a lo largo de una de las caras. Un troquelado de estos puede tener ¿30? muescas. Pues no conozco a nadie que tirando de la cinta haya conseguido romper más de tres. Luego, esperanzado tiras por el lado contrario con idéntico resultado. Mientras, la familia entera está salivando, cada uno con sus dos galletas en ristre metiéndote prisa. Coges el camino fácil, el cuchillo, y vas despegando todas las caras del helado. Para que no se pierda un ápice repasas el cartón con el cuchillo y le das el correspondiente lametón al cubierto. Los demás  indignados no paran de protestar mientras tú te agarras al socorrido: "-El que parte y reparte....-"

Las botellas del oro líquido, el aceite, llevan unos tapones que son auténticos sistemas de seguridad. Primero te las tienes que ingeniar para romper un precinto de plástico que recorre la circunferencia del tapón. Puedes confiar en que sale de una pieza igual que confiarías que sale adelante una enmienda de la oposición. Toca meter cuchillo. Salvado este primer escollo nos encontramos con una anilla de plástico en el interior de la que hay que tirar para arrastrar la membrana que cierra. Intentas meter el dedo índice, no cabe. Pruebas con el meñique y aquí sale relucir todo el trabajo de investigación de los hombres de las batas. Te dejan entre dos aguas. El meñique cabe lo justo para que puedas agarrar la anilla pero que luego, cuando vas a tirar, se suelte. ¡Hijosputa! Esto hace que estés unos buenos diez minutos intentándolo hasta que, desesperado,  vuelves a coger el cuchillo. Metes la punta y cuando vas a tirar: "-A la mierda-" Se rompe. Solución. Clavar el cuchillo. Aquí, imaginas que lo que estás pinchando son los escrotos de esos malnacidos de bata blanca. Ya no tienes ganas de aliñar la ensalada.

Otro muy curioso. Las cajas de galletas, no todas. Me refiero a esas que una vez abiertas llevan un sistema macho-hembra para que la caja quede cerrada después de cada uso. Consiste en una pestaña del propio cartón que se introduce en un corte hecho al efecto. Muy bonito, muy bien pensado y muy práctico. El problema surge cuando intentas abrir por primera vez la caja. Está tan pegada que arrancas de raíz la pestaña, el corte, siete "r" impresas en otras tantas "Marías" que hay en su interior,  A meter cuchillo.

Da gusto ver como cada día esta gente nos hace la vida más cómoda, más fácil. Pero nunca, recuerda, nunca, subestimes el valor de un buen cuchillo.



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