domingo, 28 de julio de 2019

¡Joder con... el Camino de Santiago!

La mayoría de las veces que, entre amigos y familiares, sale como tema de conversación el Camino de Santiago, suelo escuchar a los que han sido peregrinos (de cualquier tipo y confesión) eso de “en el Camino te encuentras a ti mismo”. Mi no comprender. Mi mente cuadriculada, forjada en Baviera de octava generación, nunca ha llegado a asimilarlo por que toma la expresión en su acepción más literal. Me basta con solo abrir los ojos ante un espejo para encontrarme. También soy capaz de encontrarme a mí mismo en el trabajo, el único requisito es acudir a la oficina. Y lo que es peor, esa capacidad la comparto con mis jefes. Y tengo más jefes que indios. Me encuentran hasta en casa, salvo cuando estoy en el trono que no sé por qué oscuras razones lo evitan. Incluso hay veces que dormido, me encuentro, cosa que sucede durante gran parte del día, debido a mi gran apego al trabajo. 
¿Por qué hay gente que no se encuentra? Vete tú a saber. La mayoría habrá buscado en sitios incorrectos: en la habitación del esfuerzo, del sacrificio, de los valores,...  Ahora bien, como consejo para facilitar ese encuentro, recomiendo, en general, que vayamos a buscarnos a la puerta de las subvenciones, del mañana lo hago, o en la de ponme otra caña y pásame el Marca. Ahí, seguro que es más fácil encontrarnos.



Pues, como buena compañera de vida y ahora de camino, mi mujer me lio. Y lo peor de todo (aparte de perderme el Tour, mis triatlones y los partidos de pretemporada), es que debía ser yo el encargado de gestionar el viaje. Y encima demostrando entusiasmo y satisfacción. Más tarde llegarían los merecidos agradecimientos: ese hotel es un poco caro; la humedad relativa del aire de la habitación deja mucho que desear;  ¿dónde vas con rojo y rosa? ¿no ves que se muerden?...

En fin, que casi sin pensarlo y sin tiempo para digerirlo, me vi en Santiago de Compostela para hacer andando la última parte del camino, la que te lleva hasta el fin del mundo, hasta Fisterra. Nuestro objetivo era llegar a Finisterre en tres días, a razón de unos 30 km por etapa. No sé si nos encontraríamos a nosotros mismos pero igual lo que no encontrábamos eran nuestros pies.  

Desde la plaza del Obradoiro, la majestuosa catedral recibía a los incontables peregrinos extasiados, los cuales no veían el momento de dar el abrazo al Santo, para pedirle cada cual sus cosillas: ser feliz (así en general); salud para los míos; encontrar el amor; o que se muera mi cuñado. ¡Si los hombros del Santo hablaran! 
Como no podía ser de otra forma, la espectacular seo, con sus mejores galas, les recibía con su imponente puerta principal abierta. Espera, ¿eso son vallas de obra, no?¿está cerrada? No me jodas. ¿Y toda esta gente?  Vamos que.... Menos mal que nosotros salimos desde Santiago. ¡Anda! que si  nos metemos 700 kms a pata y llegamos hasta aquí para entrar por la puerta de servicio; con un vigilante de seguridad que nos dice que abramos las mochilas; con todo el interior del templo en obras, tapado con plásticos, tomado por los andamios; sin un solo banco, ya no para pedir o rezar, si no para descansar un poco, coño (hay que tener un poquito de humanidad);.... ¡Puff! para la próxima intento buscarme a mí mismo en Magaluf. 

Antes de dar el primer paso, junto al hito de 89’586 km, hago un recuento de mis dedos, arrojando unos datos oficiales de 5 en el pie derecho y otros tantos en el izquierdo. 


Comenzamos con un pequeño paso para el hombre y un pequeño paso para la mujer. Cuesta abajo y siguiendo las flechas amarillas (inevitable agarrarnos de la mano y tararear el Follow the yellow brick road) y las indicaciones peregrinas, abandonamos Santiago con rumbo a nuestra primera parada: Negreira. Robles centenarios nos protegen con su sombra del implacable calor y dos palabras se van convirtiendo en lo que hoy día llamaríamos “trending topic”: Buen camino. Yo que soy un inconformista lo sustituyo por un sencillo hola. 

Hito del punto kilométrico 78’567. A unos pocos metros, viene hacia nosotros una mujer. Hace el camino inverso, hacia Santiago.  No se da cuenta y una prenda que lleva alrededor de su cintura cae sobre el pedregoso camino. Quiso el destino que la caída se produjera ante nuestros ojos. Este hecho provocó el correspondiente aviso y dio inicio a una fluida conversación sobre las etapas, los albergues, la hidratación y, cómo no, la oportunidad de encontrarse a uno mismo. Según nuestra quídam, su encuentro se produjo a 12 km de Negreira. Yo, que andaba pendiente de ese punto mágico y espiritual, esperando que un haz de luz elevara mi alma, mientras una suave y relajante melodía de violines acompasara tal elevación, me encontré, cosa curiosa, con que en ese esotérico hito se me despertó uno de mis más habituales estados: el del hambre. El Camino debía de estar lleno de estos puntos de fuerza por que a cada momento se me iluminaba el alma con visiones de torreznos, napolitanas de chocolate y tortilla de patata.

No bien nos habíamos despedido de la peregrina, mi mente maquiavélica, al instante, se puso elucubrar maldades y sarcasmos: ¡Sí, sí, te habrás encontrado a ti misma, pero si no es por nosotros el jersey lo encuentras por los cojones! 

Más pasos. Aquí no tendrían sentido esas frases de película de miedo: “Alguien se acerca; he oído pasos; nos siguen;... “, por que serían horas y horas de tensión innecesarias. Acabaríamos antes bebiendo cicuta. 

Punto kilométrico 73’437
Llegamos al punto más característico de esta primera etapa: A Ponte Maceira que atraviesa el río Tambre. Hacemos un alto en un viejo molino donde han sustituido la molienda del grano directamente por el producto final y llenamos nuestro espíritu con un par de Estrella Galicia, patrocinador oficial del Camino. 

Conforme se llega al final de la etapa comienzan a proliferar los carteles publicitarios de albergues y restaurantes para atraer a los peregrinos. Sus encantos son de todo tipo aunque algunos rayan la acidez y  la socarronería. 
“Parking para bicicletas”. Vale, bien. Correcto. Nada que objetar. 
“Parking para coches”. Hago un nuevo recuento de los dedos de mis doloridos pies mientras murmuro “pero qué hijos de la gran puta”. Luego son los andaluces los que presumen de guasa. 
“Acceso minusválidos”. Si después de lo andado y por dónde se ha andado, aparece un personaje (salvo que se refieran a los despojos humanos que vamos llegando como si fuera el arco de meta de un Iron Man), diciendo que para llegar al hall del hotel necesita una rampa, yo mismo me encargo de ajusticiarlo con mis propias manos. 
También se puede ver “Bocadillos de 45 cms” y no puedo por más que imaginar a un peregrino pidiendo uno de chorizo mientras desprende uno de los brazos de la mochila para sacar el metro y si fuera menester aplicar una regla de tres simple directa para aliviar la economía. 
Kilómetro 69,389
Llegamos a un hotel regentado por el Sr. Montgomery Burns y descansamos. 

Segunda etapa. 
Madrugamos e hicimos un desayuno bastante. El Sr. Burns llenaba el restaurante con carteles de prohibido sacar fruta y bollería del comedor. Vigilaba con una fea mirada. Como si los peregrinos fuésemos a hundir su economía, en lugar de engordarla. Pero esta prohibición se levantaba si accedías a pagar un euro por pieza. Cuando algún incauto peregrino se disponía a ello se oía con una voz acerada y miserable: ¡exxxcelllleeeente

En esta segunda etapa nos esperaban 34 kms. Nuestro destino era la pequeña Olveiroa. Los sofocantes rayos del sol de la jornada anterior dan paso a una agradable niebla ligera. Tojos, eucaliptos, pinos y maizales junto a innumerables hórreos serán nuestros compañeros. Es la etapa con menos tramos por asfalto y para mí la más bonita. Es un crudo espectáculo de la vida rural gallega. Con su dureza y con su belleza. Bucólica e injusta a partes iguales. Creo que un par de horas cortando el forraje a golpe de guadaña y purridera como lo hacen estos esforzados lugareños, muchos de ellos octogenarios, nos vendría muy bien a los acomodados urbanitas para encontrarnos a nosotros mismos y darle su justo valor a cada garbanzo que nos llevamos a la boca pensando si de verdad merecemos lo que tenemos en el plato. 

Como llevábamos tiempo sin ver un hito quise socorrer al peregrinaje en general y me dio por fabricar un mojón. Me escondí tras unos helechos, bajé mis pantalones y en el mismo momento en el que me puse de cuclillas, sin saber muy bien qué conexiones neuronales entraron en juego, una canción de Manolo García comenzó a llenarlo todo: Hago pájaros de barro y los echo a volar
Aquí quedó mi regalo. Un hito 100% ecológico, libre de plásticos y sin aceite de palma. Cuando paséis por él os quedarán unos 17 km para concluir esta etapa. Más o menos está en el punto kilométrico 52. 

Los maizales van colonizando el paisaje. Sin un solo aspersor, sin un solo pivot ni cañón de riego, están sembrados a la mitad de separación que en Castilla y les doblan en tamaño. Es todo un espectáculo. 

Kilómetro 41’827. Una parada en Lago para reponernos un poco, comer, repasar los WhatsApp, estudiar la ruta restante, nos junta con una decena de peregrinos, cada uno de una nacionalidad. Todos conocemos y compartimos el mismo deseo: Buen camino. Llenamos la botella de agua y afrontamos el último tramo del día. 6’4 km  y llegamos al albergue en Olveiroa. Se trata de una preciosa y pequeña población con más representación por parte de los peregrinos que de los munícipes. 

Última etapa. Punto kilométrico 35’2. 
En realidad son dos etapas pero decidimos juntarlas en una. 
Desayunamos en un bar en el que había un sujeto que destacaba por ser un conversador profesional. Lo hacía de tal modo que el responsable del bar le llamaba la atención continuamente para que dejara tranquilos a los peregrinos y no se le suicidara ninguno. Su método consistía en hacer una pregunta, por ejemplo: ¿Van ustedes mucho a Madrid? Y sin esperar respuesta alguna hacer una disertación de todas las casas de citas madrileñas (nombró El Conejo Feliz con una sonrisa añorante) a las que iba a tomar una copa. Por que él solo iba a tomar una copa, luego cada cual podía hacer lo que le viniese en gana. Él era un hombre de honor. Además de las putas, nos dijo que su empresa facturaba 2 millones de euros y, luego ya, cosas más insulsas como que los hórreos tienen unas ruedas sobre las patas para evitar que los ratones se coman lo que hay dentro. Este sujeto era el único habitante de España que no pasó hambre en la guerra. Nos decía que mientras que en Castilla la gente agonizaba más que en Auschwitz, su hórreo era como un Carrefour. Hasta allí acudían desde toda la geografía española en pateras para vencer la inanición.., pero todo eso fue hace mucho; en esos tiempos, la casa de chicas madrileña El Conejo Feliz aún no había abierto sus puertas. 
Un poco más tarde de lo esperado iniciamos el último golpe. 

Hasta el punto kilométrico 25 el paisaje es espectacular. Muy similar al de la etapa anterior. Llegamos al Santuario de Nuestra Señora de las Nieves y una horda de jóvenes que vienen contracorriente se suceden durante más de media hora. Lo poco habitual de este hecho me lleva a hacerme una pregunta: ¿Jugará hoy el Depor?  

Kilómetro 19’521. Comienza un largo descenso hasta Cee y Corcubión. Aquí una pareja de alemanes, más lo que parece una suegra, se aventuran a lanzarse a un descenso frenético. ¡Qué manera de bajar! Los jóvenes desaparecieron enseguida de nuestra vista pero Hildegarda (así bauticé a la suegra) se puso a nuestra vera cogiendo ritmo y, poco a poco, su respiración se aceleraba. Yo apretaba con intención de no dejarme sobrepasar por una anciana pero no había manera. Creo que la intención del joven era despistar al expreso de Dusseldorf o acabar con él por infarto pero la firme determinación de Hildegarda ayudándose de los bastones y con la cara roja hacían la tarea imposible. Yo me lo imaginaba a él en el siguiente Oktoberfest, con una jarra de litro y medio de Hacker-Pschorr, contando a los oyentes la historia de cómo acabé con mi suegra; haciendo paradas para despertar la curiosidad con los correspondientes Prost!, para acabar la historia con la siguiente elegante afirmación: “-El único inconveniente fue hacerse cargo de la factura del funeral”.  

Echo un vistazo a mi reloj que hasta hace unos días vibraba pasándome el aviso de que necesito andar 150 pasos para llegar a mis necesidades físicas preestablecidas por una sociedad dirigida y sin iniciativa producto del materialismo, la comodidad y la tecnología, y compruebo que se ha plantado. Dice que este ritmo es insoportable y que va a solicitar una actualización a su representante sindical para que le asignen a un anciano con varices, que guste de la tauromaquia y que tenga contratada la TV por cable, que a partir de ese momento no tolerará más abusos y lanza un único mensaje de aviso: “Que te den por culo. Te va a contar los pasos tu puta madre”.  

Punto kilométrico 14’208
Corcubión. Es el final de esta etapa pero no para nosotros que decidimos hacer el resto del tirón. Un feo recorrido con muchos tramos de asfalto y carretera que nos lleva poco a poco a la meta. A menos de 4 km llegamos a playa de Langosteira, vacía por el frío. Un frío que no nos impidió descalzarnos y hacer ese tramo con los pies a remojo. 
Llegamos a Fisterra pero aún faltaba un pequeño tramo para llegar al faro. Casi habíamos completado el recorrido. A lo lejos se divisaba una masa rocosa donde pronto finalizaríamos nuestra aventura: Gibraltar. (No os asustéis, era el faro de Finisterre. Es una pequeña broma para los que habéis estudiado en la ESO). El fin del mundo, el kilómetro cero. 


Allí nos juntamos peregrinos, turistas, bohemios y paganos. Solo nos quedaba ver el anochecer. Faltaban unas cuantas horas así que decidimos ir al hotel y cenar. Cuando volvíamos sobre nuestros pasos en busca de la habitación, a lo lejos, a nuestro encuentro, una silueta se iba perfilando. Era una figura de mujer, madura, tocada con un sombrero, se ayudaba con sendos bastones en las manos y su firme y decidido movimiento producía una acelerada respiración. Por única vez en todo el camino dije esas palabras: Buen camino, Hildegarda. Creo que finalmente el pobre teutón se encontró con su suegra. 
Y para acabar, no sé si Pablo Neruda completó el camino pero dijo estas palabras, que bien se le podrían haber ocurrido a la orilla Del Río Xallas: 
"Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas"



domingo, 31 de marzo de 2019

¡Joder con... el año de la liberación!

Año 2089. 
El último reducto de resistencia de los disidentes patriarcales, el Comando Curro Jiménez, ha sido aniquilado en Sierra Morena. El uso de un cebo prohibido e irresistible provocó la caída de los últimos 7 varones de Europa. En una arriesgada misión, el Grupo de Asalto Amazonas IV colocó una caja de Estrella Galicia, un mando de la Play, un plasma de 52” y el último número de Playboy bajo una encina. La detención fue solo cuestión de tiempo. 
Cayeron todos. Los siete. Antes de ser emasculados se les obligó a afeitarse las patillas en la Plaza de las Madres y a planchar su propia túnica para el sacrificio en un acto público al que acudieron miles de ciudadanas que no quisieron perderse este hito histórico. Tras la ceremonia presidida por la Matriarca Suma, se leyó un manifiesto en el que se declaraba a Europa libre de penas y de penes. 

Por fin, el ansiado sueño de la igualdad es una realidad: La Asamblea está formada solo por mujeres; las funcionarias son mujeres; las autónomas son mujeres; en las escuelas solo hay niñas. Todas las ciudadanas son libres. 
Apenas un 5% de la población es masculina, sobreviven como esclavos sin nada bajo su ropa interior y su única función es hacerse cargo de los trabajos más duros. Según el último estudio de la Universidad Irene Montero, la vida útil de estos individuos apenas llega a los 15 años, los comprendidos entre los 10 y los 25. Después son sacrificados en honor a la diosa Gea, la Gran Madre. 
Un grupo de privilegiados varones sin amputar, denominados Los Enteros, vive controlado y recluido bajo altas medidas de seguridad con un único fin: la reproducción. El Ministerio del Cromosoma XX controla y dirige genéticamente la perpetuación de las hembras. 9 de cada 10 embriones son XX, el resto son abandonados a su suerte en los gulags. Si sobreviven al primer mes de vida y a una infancia calamitosa tendrán un futuro como esclavos. Muchos desearán haber perecido en su encierro. 

Pero la sociedad es ideal. Las nuevas minorías han cambiado pero siguen siendo fundamentales para aprobar las leyes en la Asamblea. El colectivo Mujeres Grandes “XX XL”, ha dado sus dos votos favorables (a cambio de la implantación de 9 escaños King Size) para la puesta en marcha de la ley de Memoria Histórica; una ley que nada tiene que ver con esa de la primera década que solo buscaba resarcir a los varones. Esta otra es mucho más igualitaria y rinde homenaje a todas las mujeres de la historia sometidas al yugo masculino. En ella se contemplan, por ejemplo, ayudas a todas aquellas que en el pasado fueron vejadas por camareros machistas que les ponían Cocacolas habiendo pedido cerveza, mientras sus acompañantes varones recibían un vaso frío por el que se derramaba un giste exquisito. 
En las escuelas se enseña Historia. La antigua es totalmente desconocida para nosotros. Algún pasaje puede sernos familiar, como el del Arca de Naama, donde viajó una hembra de cada especie animal durante el Diluvio Universal provocado por el maléfico Noé. En la Historia reciente podríamos enseñar un par de cosas a las jóvenes ciudadanas. Se ensalzan figuras como la de Margaret Thatcher, Angela Merkel, Belén Esteban o Falete. 
Ya no se habla de ciudadanos y ciudadanas, jubilados y jubiladas, portavoces y portavozas; ahora todo es mucho más inclusivo: hay cocineras y esclavos; actrices y esclavos, empresarias y esclavos; o bomberas y esclavos. 

Se ha eliminado el nombre de las últimas calles machistas. La plaza Gandhi ahora se llama plaza de Las Suegras; la avenida Nelson Mandela pasa a ser bulevar de la Vasectomía; la calle Vicente Ferrer pasó a llamarse Rosy de Palma y la de Vicente del Bosque se llama Supremas de Móstoles.
Algún grupo minoritario mira con añoranza el pasado pero ya no hay vuelta atrás. Ellos se lo buscaron y tienen lo que se merecen. 
-Y vendrán cosas peores- dice la Biblia. 


jueves, 4 de octubre de 2018

¡Joder con... Móstar!

Artículo publicado en el mes de octubre en La Mar de Campos.

Vista de Mostar desde el Monte Hum

sábado, 14 de julio de 2018

¡Joder con... los Miguel se van al cabo de Gata!


En esta ocasión el destino hizo que las vacaciones nos llevaran hasta Almería, más concretamente hasta el cabo de Gata. Para que el viaje no se hiciese tan largo decidimos pasar un par de días en Águilas, Murcia. Allí descubrimos que un ser vivo en grupo puede joder las vacaciones a miles de personas y no, no estoy hablando de un consejo de Ministros, que también; hablo de las medusas, o como las bautizó Pablo: las mierdusas. Era pisar una playa y los ejércitos de medusas convertían sus arenas en una gelatina asquerosa. No hacían distinción entre murcianos y foráneos. Me preguntaba cómo era posible que no nos distinguieran: Yo me acercaba a la orilla y hablaba de qué fría estaba, o de que iba a intentar nadar un rato, o admiraba un castillo de arena chulo; a mi lado un grupo de tres jóvenes murcianas hablaban bien diferente. Charlaban sobre lo que hicieron la tarde anterior. Una de ellas les decía a las otras: “-Lleguemohs, nohs duchemohs y nohs cambiemohs”.  

Imagino lo diferente que hubiera sido la historia  si el cónsul romano Julio César hubiera nacido en Alcantarilla, a la hora de informar al Senado de lo acontecido en la batalla de Zela. El soso y anodino “Veni, vidi, vici”, se hubiera convertido en un apoteósico “Lleguemohs, miremohs, ganemohs”. Y si para rematarlo, hubiera añadido al final, tras una pequeña pausa, un “Acho”... ¡¡¡Buah, brutal!!!...



¡Qué importantes son los idiomas! Sin ir más lejos, comiendo en un restaurante en la playa de Pulpí, daban en las noticias cómo un aficionado mexicano, en el mundial de Rusia paraba una pelea de aguerridos y violentos ultras rusos al grito de “Trankiloski, trankiloski”. 



Sin apenas deshacer las maletas, nos pusimos en marcha rumbo al cabo de Gata.  Allí nos esperaba toda la familia. Cuando digo toda la familia, es mentira, no estábamos todos, seríamos sólo unos 70. ¿Motivo? Una boda. ¿Dónde alojarnos todos? En un camping. Acabamos con las existencias de bungalós, de helados y de bacalao en el restaurante. Tú pedías en el menú bacalao y el camarero te traía lo que le viniera en gana ese día bajo el pretexto de “no me ha llegado el bacalao”. Así toda la semana. Un día te sorprendía con merluza y otro con lubina. Al final cogimos el truco: Pedir merluza. Ahí te venía el fulano en cuestión y te ponía un exquisito bacalao acompañado de un “me se ha acabado la merluza”.  



La boda en cuestión era de mi prima Gema (Pasapalabra, Ahora Caigo, Un, dos, tres, Saber y Ganar, Euromillones, Loterías y Apuestas del Estado) y de Iñaki (El encantador de niños, Zumba, Aquagym, Yogafitnes, Yogagym), un joven de A Coruña, que nooo, que es broma; de Bilbao. Pero de Bilbao Bilbao. Cuando veía una araña grande al lado del bungaló entraba diciendo: Hoy hago la siesta en el Guggenheim. 



Él se lleva a una joya pero el que sale más beneficiado en esta unión es sin duda mi tío. Antes, los enlaces se hacían por tierras o por vacas. Creemos que en esta sociedad moderna todo ha cambiado pero qué equivocados estamos. Cambia el color y el nombre de la moneda pero el objeto sigue siendo el mismo. Mi tío entregó con el mayor de los entusiasmos a su hija pequeña  a una familia de Bilbao, los Manjarrés, a cambio de una actualización anual del Angel Driver. El tiempo dirá si el cambio ha merecido la pena. Mucho me temo que sí. No hay más que comprobar el despliegue de radares de la DGT. 



La boda en sí fue un acto inmejorable.  Sin más dioses y  ediles que la naturaleza volcánica y desértica de la zona con un fondo marino interrumpido por las montañas. Un altar que nada tenía que envidiar a Stonehenge por el que camareros y cuerpo técnico no paraban de repartir klínex. Cada vez que salía alguien a hablar todo se convertía en un derrame de lágrimas que más parecía un funeral que un casamiento. 



Al final, la emotividad sólo pudo ser combatida con jamón. Jamón serrano. Creo que la boda en sí solo dejó un resquicio a la superación (que no se me enfaden los novios): el postre. Como digo, todo fue muy difícil de superar, pero si a alguien le entra el espíritu competitivo en celebraciones de boda, la llave está en el postre. 



Para un candidato convencido a la diabetes como yo, un postre debe reunir obligatoriamente ocho de estos diez componentes para ser considerado como tal: sirope, crema, nata, chocolate, hojaldre, cabello de ángel, azúcar glas, almendra fileteada, miel y/o caramelo. Si no tiene un mínimo ocho de  ellos, de los cuales son obligatorios el chocolate y la crema pastelera, para mí, eso es un segundo plato, uno de estos modernos que juegan con el dulce y con el salado pero nunca un postre, salvo que seas vegano, estés a dieta, o seas un runner psicópata. Y por supuesto, lo más importante, con una sola cuchara. El que quiera probar que se vaya a un bufete. Un camarero que viene con un solo postre y ofrece dos cucharas, con un reflejo de eficacia en su semblante, de adelantarse a los acontecimientos, debería ser sacrificado al instante. Al igual que a los picoletos, no le pagan por pensar, si no por servir. 



Tras la boda iban pasando los días y mi promesa de salir a correr un día sí y otro no se iba difuminando. Todos los días me acostaba y me decía: “-Mañana madrugo”. Pues me costó 4 días madrugar. Esa mañana salí orgullosísimo con las marcas de la sábana en mi cara y los ojos como los de Yoda, sobre las 8. Cuando volví, una hora y 12 kms después, me encuentro con mi primo suizo:
-¿Vienes o vas?”
- No hombre. Ya estoy de vuelta- suelto con la cosa de que a quien madruga Dios le ayuda. 
- Para esto hay que salir a las 6. 
No te jode. ¡A las 6! Si alguna vez voy a Suiza, tranquilo que saldré a las 6. Bueno, por si acaso, no hay que calentarse, a ver si alguna día ...; las 7’30 puede ser una buena hora. 



Unos días después se organizó un viaje en kayak por la costa para ver calas inaccesibles por tierra y observar la geología del terreno. El guía, que algo sospecharía, lo primero que hizo fue preguntar si había algún geólogo o biólogo en el grupo, para evitar decir alguna barbaridad, y si daba algún dato incorrecto, pidió por favor, que le corrigieran. No sé si lo notaría en nuestras caras pero había más biólogos y geólogos por metro cuadrado en el grupo que tontos en el parqué de Nueva York. Nos enseñaron a utilizar la pala y a remar en pareja. No se debió explicar muy bien o nuestras entendederas no fueron muy acertadas porque todo eran expresiones de reproche: 
¡Quieres ir recto que te estás desviando hacia la costa indonesia, merluzo!; Acaso no ves que vamos directos a esa roca; Tienes menos coordinación que Mariano Rajoy; Si no fuera por mí aún estábamos en la playa; Pero si no hago más que sudar...

En fin, que sin saber cómo, llegamos a una cala desierta, salvo por un ejemplar humano femenino que se las debió prometer muy felices al llegar hasta esa cala en un pequeño cayuco, y viendo que estaba sola ante la inmensidad de la naturaleza decidió quemar sus ropajes y quedar tal como llegó al mundo.  No contó con el factor Miguel y apenas las últimas cenizas de su hato se extinguían, una horda de kayaks compuesta por biólogos, geólogos, ingenieros e incluso impúberes, formábamos un bello público que debatía sobre su vello púbico: 

-Esas formaciones tienen que ser por fuerza anteriores al cretácico. Hace años que no veía una cosa así en un ejemplar adulto. 
-No estoy de acuerdo. Las ingles brasileñas son una peculiaridad aislada solo datable en Europa y América. Quizás este individuo proceda de las no lejanas costas africanas. 
-Las dos formaciones que hay al norte del Peloponeso dejan claro  una procedencia  indoeuropea. 



Azorada, en mitad del debate, cogió su remo, montó en su cayuco y comenzó a alejarse entre murmullos, arrepentida de no haberse depilado. Ya lo decía mi madre: Hagas lo que hagas, ponte bragas. 



Iban pasando los días y el grupo mermaba. Las existencias de bacalao en el camping se iban estabilizando y los helados bajaron de precio. El resto íbamos visitando los últimos restaurantes cuyas reservas cada día eran más fáciles de conseguir (ya no se sorprendían al pedir una reserva para 15) y las últimas playas que nos quedaban por ver. Nos llevábamos de recuerdo muchos kilos de arena en los vehículos. No sé cómo estarán en Andalucía las denuncias por la extracción de áridos pero era un tema que me preocupó profundamente esos últimos días. Cabíamos en los selfies e incluso había huecos al fondo para inmortalizar paisajes. Durante mi última cena me dio por decir a la camarera, después de traerme una jarra de cerveza con su giste desbordante: "-Gracias, guapa". Pues nada, que tengo el juicio para el día 24.



Poco antes de partir, un vehículo, cargado de maletas y con el motor arrancado, paró delante de mi bungaló. El conductor manejaba una pequeña consola. Era mi tío, ansioso por sacar partido al casamiento, que volvía a Madrid. Inició un leve y continuo movimiento, mientras se alejaba la potente voz de Carlos Herrera le avisaba: “A 50 m gire a la izquierda”. 

domingo, 8 de octubre de 2017

¡Joder con ... Pus de Monio!

Artículo de opinión “Medio Llena” en el periódico mensual La Mar de Campos del mes de octubre.

Clik en la foto.


domingo, 6 de agosto de 2017

¡Joder con ... Conil!

Llevábamos cerca de 4 horas de viaje y estábamos deseando parar y estirar un poco las piernas. Cogimos una salida cerca de Almendralejo, la 666, y entramos en un antro oscuro para tomar un café. De pronto, comenzó a bailar Salma Hayek con una serpiente sobre los hombros. 
"-Vámonos cagando leches y no miréis para atrás".

Ya, en el coche, les di unas pequeñas nociones para luchar contra vampiros y zombis. Para los primeros nada como las napolitanas de chocolate. Es un tratamiento largo pero doblemente efectivo: machacamos sus caninos a la vez que aumentamos su índice de grasa. Contra los zombis el proceso es mucho más sencillo y eficaz desde el minuto 1, aunque las productoras de Hollywood quieran ocultarlo. Consiste en enterrar a nuestros muertos con los cordones de los zapatos atados entre sí. Un pequeño gesto que nos hará triunfar en el caso de que llegue una Guerra Z. 

Continuamos viaje y unas tres horas después llegamos a nuestro alojamiento en Conil. Se trataba de una preciosa casa muy confortable, bien comunicada pero en una zona tranquila y con una posición privilegiada en la que pudimos rememorar a los fundadores de la localidad:
"-Oh, qué maravilla! Pluguiera a los dioses darle un nombre- decía el fenicio mientras miraba al horizonte haciendo visera con la mano derecha sobre la frente.
-Por la gloria de mi señor que lo llamaremos Eldefonso de la Frontera-
-¿Eldefonso? ¿No le place más a vuesa merced con il?
-Pues Conil se llamará. No se hable más". 
Y así quedó bautizada para la posteridad. 

Instalados y con las maletas deshechas bajamos a buscar solaz en la piscina para quitarnos el polvo de los 700 kilómetros del camino.  En ella estaban retozando unos jóvenes extranjeros haciendo uso de esa incómoda moda (moda moda moda...) de ponerse ropa interior debajo del bañador. Pero lo de estos chicos era insólito. No sé si llevarían todos los bañadores de los que hace uso una persona respetable durante toda una vida, pero el caso es que llevaban muchos. Después de no poca reflexión dialéctica con mi cuñado llegamos a una conclusión. De todos es sabido la afición de esta gente por beberse todo lo que contenga espuma, muchos de ellos, incluso, hasta perder el conocimiento. Esto nos llevó a atar cabos y dedujimos que venían con un bañador por cada día de estancia vacacional. A la puesta de sol, bajo nuestra hipótesis, estarían obligados a desprenderse del bañador más exterior y así, cada día, desaparecería una capa. Cuando se encontraran como Dios les trajo al mundo, posarían la jarra de cerveza que tuvieran en la mano en ese momento en el primer sitio seguro que encontraran y echarían a correr como posesos hasta el aeropuerto para coger el vuelo de vuelta. 

Tras este primer contacto salimos a dar un paseo. Estaba oscureciendo pero el agonizar del día permitía ver el polvo que bañaba los coches. ¿Polvo? Si alguna vez habéis visto la demolición de un edificio os podéis hacer una idea del parque automovilístico de Conil. Cualquier calle de Conil parece una bocacalle del World Trade Center en el 11-S. Mi coche, que venía zurrado de todo el viaje y de sobrevivir a la cosecha y a tres encierros camperos, parecía recién sacado del concesionario. Incluso un munícipe me aconsejó con su gracejo: "-Pisha, no lo lave má. Kakí no te merese la pena de laval lo, hío". 

Decidimos irnos a descansar para levantarnos pronto al día siguiente y aprovechar una mañana de playa. Con los ojos inyectados en salmorejo nos costó mucho abrir nuestros párpados pero era necesario levantarse temprano. Estaba hablado de antemano. Por muy tarde que nos acostáramos la hora de la diana no era negociable. Nunca más tarde de las nueve. Con nuestra fuerza de voluntad trabajando a toda máquina conseguimos hollar la arena de la playa a las 14'15 (hora española) y a las 14'20 Pablo la estaba hoyando. No problem. Aquí no madruga ni el sol. Había una bruma costera que cubría el ambiente. 
-Ha venío el invienno- decían algunos. Debían de ser extraterrestres porque estas afirmaciones las hacían en tirantes y sudando. Si estuvieran por aquí los Stark....

Cuando por fin salió el sol comenzó la pasarela de las nuevas tendencias. Los bañadores, año tras año, están siendo fagocitados por las nalgas. Las modas son así.  Cuando ya no haya nada que fagocitar los diseñadores dirán: "-A tomar por culo, ahora por las rodillas. La juventud traga con todo".  Y pondrán bañadores pololo y de cuello vuelto. 

Entre la pasarela de arena me llamaba la atención una especie superior que habita las playas. Son muy parecidos a los humanos pero, aquéllos, son capaces de permanecer en su fortín de la playa durante 21 horas seguidas sin que se les adhiera un solo grano de arena, aún con media docena de churumbeles al lado bien provistos de cubos, palas, raquetas y retroexcavadoras. Los profesionales de la playa hacen propias las palabras de Jesús-Hombre: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". Y, así, colocan la nevera portátil. A su alrededor, siguiendo un orden preestablecido, sólo conocido por los iniciados, completan el templo de toallas, sombrillas, sillas, mesas, cortavientos, suelo radiante y repelente de arena. Nosotros, los noveles, llegamos con nuestras 5 toallas y apenas las posamos en el suelo, el repelente de arena de los de alrededor hace que todo grano que pasa por allí, amén de los que hoya Pablo, se nos pegue. Mientras, mis vecinos, sacuden el felpudo Welcome a la entrada de su campamento con la seguridad que les da saber que ni el temido levante puede hacerles mella. 

El Levante en Conil es como si se presentara el Apocalipsis. Nosotros no lo sufrimos pero nuestra casera, Isabel, antes de preguntar nuestros nombres y hablar del vil metal, lo primero que nos advirtió fue sobre este fenómeno: "-Si hubiera levante, ya lo siento, plegad los toldos, cerrad puertas y ventanas, meteos en la habitación del pánico y si hay bajas, Dios no lo quiera, enterrad los cadáveres con los pies atados, por si hubiera una Guerra Mundial Z".

Comimos a las 18 h con los bañadores mojados y los cuerpos repletos de arena. Abandonamos el lugar a las 20 h con los bañadores mojados y los cuerpos repletos de arena. Recorrimos los 10 km que nos separaban de la casa en 75 minutos (en coche, se entiende) y dejamos nuestra humedad y nuestra arena a buen recaudo en los asientos del vehículo. "-Esto es vida- decíamos. Pero si un empresario nos contratara para hacer esto durante una semana pagándonos dos de los grandes le tacharíamos de fascista explotador al servicio de los bancos y de los mercados que sólo busca enriquecerse a nuestra costa el hijodelagranputa. 

Así pasábamos los días entre chiringuitos, arena, coche y madrugones. No dejaba de llamarme la atención uno de los mayores espectáculos paisajísticos que podemos contemplar en Conil. Éste no es otro que la blancura de las casas. Todas son blancas como la leche. Unas con tonos desnatados, otras con matices de soja, las hay de almendras, de arroz, sin lactosa, semis... pero, todas, blancas. El comercial de Titanlux, que llegó a Conil para abrir mercado, bajo el título de Comercial de la Década, fue prejubilado a las dos semanas. Días más tarde lo encontraron en su blanco garaje dentro del vehículo, con el motor encendido y una manguera desde el tubo de escape hasta la ventanilla. 

Se acercaba la hora de hacer las maletas y no sabíamos qué hacer con los cerca de 1450 kilos de fina arena ocultos en la ropa y en el vehículo. Decidimos en asamblea arriesgarnos y confabularnos para ponerla en el mercado. Pablo se encargaría de su tratamiento, Carol y Raúl la distribuirían por Madrid principalmente y yo me haría cargo del transporte. María José blanquearía la pasta. Pero algo inesperado cambió los planes. Apareció el Levante y se lo llevó todo. 


De camino evitamos la salida 666 y comenzamos a buscar nuevos destinos al son de (te va a resonar todo el día en la cabeza y no lo vas a poder evitar) Des-pa-ci-to. 

domingo, 2 de octubre de 2016

¡Joder con... los hospitales!

La salud es algo tan caprichoso y efímero que, apenas acabas de afirmar que gozas de una naturaleza de hierro, cuando, en unos segundos, te ves pidiendo tierra. Y cuanto antes mejor. 
No hace tantos días entré encogido por la puerta del hospital con un insoportable mal de tripas. Apenas pongo los pies en la sala de espera, un médico me llama para explorarme.  Me ponen una vía, me dan un calmante, me llevan en silla de ruedas hasta la sala de ecografías y salta la primera alarma. La tipa me dice: "-Voy a hablar con el médico". En el pueblo sería la comidilla: "La chica del ecógrafo se habla con el doctor!" 
Vuelve y me llevan a una puerta que pone TAC, lo que en un lenguaje coloquial, para que nos entendamos todos, viene a ser una tomografía computerizada. No me hacen uno, ¡me hacen dos!  Segunda alarma. En el segundo me inyectan un líquido. La responsable me informa de que voy a notar calor en la garganta y en mis partes, y que, además, no me mueva. Mi mente, práctica hasta el extremo, hace su trabajo: si el tipo de la silla de ruedas me acerca hasta el lupanar más próximo y me pide un orujo de hierbas, dando mi palabra de honor de no moverme, obtendremos unos calores prácticamente iguales y con 10 euros y una hora de celador lo tenemos hecho. Incluso el agua de fuego puede hacer que se templen mis tripas. El despilfarro en sanidad es porque no se actúa con cabeza. 

Después de los calores vuelvo al box y el médico llama aparte a mi mujer. Tercera alarma. Aquí es cuando me empiezo a poner nervioso de verdad. Esto tiene mala pinta, amigo. No puedo evitar ponerme en lo peor. ¡A que son ladillas! 
El galeno, por fin, se digna a hablar conmigo. Yo creo que ha recabado datos de mi personalidad con mi mujer para hacerse una idea de la causa y el grado de mi retraso o algo así: "-Salvo que el cirujano diga lo contrario, lo más probable es que te operen. Tienes el intestino retorcido." Yo no paro de pensar: "-¿Retorcido? Si analizas  mi sesera me encierras-." 

Por fin viene el cirujano. Un tipo muy majo y agradable. Me explica las posibles causas, el proceso a seguir y las posibilidades de salir con vida. Opta por dejarme pasar la noche en observación y así poder despedirme de mi mujer. De momento me libro del quirófano. Me pone una sonda nasogástrica, (Naso, del latín 'nasālis': puta; y gástrica, del griego 'gastriko': de mierda). Para el que no sepa lo que es, es un tubo que te meten por uno de los agujeros de la nariz, escogido al azar (en mi caso se lo jugaron a los chinos), y lo dirigen hasta el estómago mientras las enfermeras te dicen que colabores y tragues. Algo parecido se debe sentir en una violación múltiple. Pero la cosa no acaba ahí, luego tienes que convivir con el tubito dentro. Cada vez que cierro el gaznate parece como si sufriera las anginas más virulentas de mi vida e intentara tragar cristales. A Jesucristo, en su Pasión, le hicieron lo que se llama muchas judiadas y los romanos le dieron lo suyo, pero no le pusieron una sonda nasogástrica. La historia del hombre pudo haber sido bien diferente. No creo yo que en la cruz y con una sonda nasogástrica hubiera dicho eso de "Padre, perdónalos por que no saben lo que hacen". Me lo imagino mirando hacia arriba, cabreado e implorando venganza: "Padre, yo con esta gente no puedo. ¡Qué les den por culo! Déjalos y que se exterminen entre ellos."  Y hoy en día sólo habría vascos, para ser más precisos de Hondarribia. 

Acabo ingresado en una habitación para pasar mis últimas horas. Yo no dejo de preguntarme si hay vida después del quirófano. El cansancio me envuelve, cierro los ojos, trago y puta de mierda me despierta. Así toda la noche. Cada vez que alguien entra por la puerta de la habitación yo le aprieto: "-¿Me vas a quitar la sonda de las narices?" Unos me dicen que vienen a hacer la cama, otros que vienen a fregar, otros que eso lo dictaminará el cirujano y MJ que es la tercera vez que me dice que NO. Todo esto me trae a la memoria las palabras que un sargento paracaidista  tenía el gusto de dedicarnos a la tropa: "-Tú pide por esa boca que te darán por ese culo."  

Llega la hora 16 p. s. (después de la sonda) y entra el cirujano. No bien da los buenos días, yo hago mi mejor interpretación de Regan, la niña del exorcista. Mi papel es ejecutado de forma magistral y el cirujano, asustado, sale a por unos guantes y agua bendita. Me quita la sonda ipso facto. "-Gracias Padre Carrack. Esto no lo olvidaré nunca". Le doy un abrazo. Me comenta que comprende mi malestar por que a él con 17 años le pasó lo mismo y desde ese día estudió para ser médico y poner sondas a discreción aunque tu mal sea un menisco. "-La vida me lo debe- me guiña un ojo con malicia y continúa-. Eres joven para estudiar medicina. Piénsalo."  

Más tranquilo, sin sonda, de tú a tú, el médico me vuelve a alarmar: "-Esto que te voy a decir es muy difícil para mí." La cara se me cambia y un hormigueo recorre mis tripas: "-Adelante. Sin rodeos, doc." Coge aire, se concentra y lo suelta: "-Como poco coco como, poco coco compro. Toma ya, a la primera. En fin, ya está dicho. Que te veo muy bien, chavalote. Vete bebiendo líquidos y si todo va bien mañana te damos de desayunar. Si lo asimilas, te vas."  

Mientras, el whatsapp echa humo. Muchos coinciden en culpar al deporte. ¡No te jode!, ni que estuviera todo el día fumando crack. Recuerdo aún las imágenes dantescas del final de los JJOO en el aeropuerto de Río, todos esos deportistas con su sonda nasogástrica esperando sus vuelos, a excepción, eso sí, de los golfistas y los del pádel. 
Si en casa digo "Me duele la rodilla" eso es por correr; si digo que "estoy cansado", es por que vaya palizas que me doy; si tengo hambre, es que no paro. Si cuido mi alimentación es que me estoy quedando muy delgado. En fin, que vivo rodeado de operados de menisco que no han corrido más de 200 metros seguidos nunca, pero el obsesivo e imprudente soy yo. 

Después de una tarde tranquila, en la soledad de mi habitación comienzo a notar algo por ahí abajo. "-Creo que estoy rompiendo aguas"- me digo. Las contracciones se suceden cada vez más rápido. Sin epidural, sin un palo que morder ni nada de nada, dilatado de pocos centímetros, asoma la cabecita. Se produce el alumbramiento. Es un ser pequeño aunque no por ello poco deseado. Allí está haciéndome ojitos. Le llamo Benjamín y pulso el botón del inodoro. No me tiembla el pulso. 
Doy parte a las enfermeras (verbalmente) y después de hacer los avisos oportunos se informa a los usuarios de que en la A67 queda restablecido el tráfico. 

Para asegurarme hago algo temerario. Mando a mi mujer a comprar un paquete de pan de molde y como la primera rebanada de la bolsa, esa que no quiere nadie, la indigesta, la que no tocamos ni con un palo.  Si digiero esto la vida fuera del hospital me espera. Y así es. 

Sólo queda recibir el alta. Tarda en llegar. Mi cirujano en un exceso deportivo ha tenido la suerte de romperse la clavícula, así que en un acto de consideración por su parte me da el alta telefónicamente. Mientras tanto mi mujer y yo vemos en la TV de la habitación Forrest Gump a la espera de que me quiten la vía. Pensando en todo lo que me ha pasado, una vez más tengo que dar la razón a la señora Gump: "-La vida es una caja de bombones....."