domingo, 28 de julio de 2019

¡Joder con... el Camino de Santiago!

La mayoría de las veces que, entre amigos y familiares, sale como tema de conversación el Camino de Santiago, suelo escuchar a los que han sido peregrinos (de cualquier tipo y confesión) eso de “en el Camino te encuentras a ti mismo”. Mi no comprender. Mi mente cuadriculada, forjada en Baviera de octava generación, nunca ha llegado a asimilarlo por que toma la expresión en su acepción más literal. Me basta con solo abrir los ojos ante un espejo para encontrarme. También soy capaz de encontrarme a mí mismo en el trabajo, el único requisito es acudir a la oficina. Y lo que es peor, esa capacidad la comparto con mis jefes. Y tengo más jefes que indios. Me encuentran hasta en casa, salvo cuando estoy en el trono que no sé por qué oscuras razones lo evitan. Incluso hay veces que dormido, me encuentro, cosa que sucede durante gran parte del día, debido a mi gran apego al trabajo. 
¿Por qué hay gente que no se encuentra? Vete tú a saber. La mayoría habrá buscado en sitios incorrectos: en la habitación del esfuerzo, del sacrificio, de los valores,...  Ahora bien, como consejo para facilitar ese encuentro, recomiendo, en general, que vayamos a buscarnos a la puerta de las subvenciones, del mañana lo hago, o en la de ponme otra caña y pásame el Marca. Ahí, seguro que es más fácil encontrarnos.



Pues, como buena compañera de vida y ahora de camino, mi mujer me lio. Y lo peor de todo (aparte de perderme el Tour, mis triatlones y los partidos de pretemporada), es que debía ser yo el encargado de gestionar el viaje. Y encima demostrando entusiasmo y satisfacción. Más tarde llegarían los merecidos agradecimientos: ese hotel es un poco caro; la humedad relativa del aire de la habitación deja mucho que desear;  ¿dónde vas con rojo y rosa? ¿no ves que se muerden?...

En fin, que casi sin pensarlo y sin tiempo para digerirlo, me vi en Santiago de Compostela para hacer andando la última parte del camino, la que te lleva hasta el fin del mundo, hasta Fisterra. Nuestro objetivo era llegar a Finisterre en tres días, a razón de unos 30 km por etapa. No sé si nos encontraríamos a nosotros mismos pero igual lo que no encontrábamos eran nuestros pies.  

Desde la plaza del Obradoiro, la majestuosa catedral recibía a los incontables peregrinos extasiados, los cuales no veían el momento de dar el abrazo al Santo, para pedirle cada cual sus cosillas: ser feliz (así en general); salud para los míos; encontrar el amor; o que se muera mi cuñado. ¡Si los hombros del Santo hablaran! 
Como no podía ser de otra forma, la espectacular seo, con sus mejores galas, les recibía con su imponente puerta principal abierta. Espera, ¿eso son vallas de obra, no?¿está cerrada? No me jodas. ¿Y toda esta gente?  Vamos que.... Menos mal que nosotros salimos desde Santiago. ¡Anda! que si  nos metemos 700 kms a pata y llegamos hasta aquí para entrar por la puerta de servicio; con un vigilante de seguridad que nos dice que abramos las mochilas; con todo el interior del templo en obras, tapado con plásticos, tomado por los andamios; sin un solo banco, ya no para pedir o rezar, si no para descansar un poco, coño (hay que tener un poquito de humanidad);.... ¡Puff! para la próxima intento buscarme a mí mismo en Magaluf. 

Antes de dar el primer paso, junto al hito de 89’586 km, hago un recuento de mis dedos, arrojando unos datos oficiales de 5 en el pie derecho y otros tantos en el izquierdo. 


Comenzamos con un pequeño paso para el hombre y un pequeño paso para la mujer. Cuesta abajo y siguiendo las flechas amarillas (inevitable agarrarnos de la mano y tararear el Follow the yellow brick road) y las indicaciones peregrinas, abandonamos Santiago con rumbo a nuestra primera parada: Negreira. Robles centenarios nos protegen con su sombra del implacable calor y dos palabras se van convirtiendo en lo que hoy día llamaríamos “trending topic”: Buen camino. Yo que soy un inconformista lo sustituyo por un sencillo hola. 

Hito del punto kilométrico 78’567. A unos pocos metros, viene hacia nosotros una mujer. Hace el camino inverso, hacia Santiago.  No se da cuenta y una prenda que lleva alrededor de su cintura cae sobre el pedregoso camino. Quiso el destino que la caída se produjera ante nuestros ojos. Este hecho provocó el correspondiente aviso y dio inicio a una fluida conversación sobre las etapas, los albergues, la hidratación y, cómo no, la oportunidad de encontrarse a uno mismo. Según nuestra quídam, su encuentro se produjo a 12 km de Negreira. Yo, que andaba pendiente de ese punto mágico y espiritual, esperando que un haz de luz elevara mi alma, mientras una suave y relajante melodía de violines acompasara tal elevación, me encontré, cosa curiosa, con que en ese esotérico hito se me despertó uno de mis más habituales estados: el del hambre. El Camino debía de estar lleno de estos puntos de fuerza por que a cada momento se me iluminaba el alma con visiones de torreznos, napolitanas de chocolate y tortilla de patata.

No bien nos habíamos despedido de la peregrina, mi mente maquiavélica, al instante, se puso elucubrar maldades y sarcasmos: ¡Sí, sí, te habrás encontrado a ti misma, pero si no es por nosotros el jersey lo encuentras por los cojones! 

Más pasos. Aquí no tendrían sentido esas frases de película de miedo: “Alguien se acerca; he oído pasos; nos siguen;... “, por que serían horas y horas de tensión innecesarias. Acabaríamos antes bebiendo cicuta. 

Punto kilométrico 73’437
Llegamos al punto más característico de esta primera etapa: A Ponte Maceira que atraviesa el río Tambre. Hacemos un alto en un viejo molino donde han sustituido la molienda del grano directamente por el producto final y llenamos nuestro espíritu con un par de Estrella Galicia, patrocinador oficial del Camino. 

Conforme se llega al final de la etapa comienzan a proliferar los carteles publicitarios de albergues y restaurantes para atraer a los peregrinos. Sus encantos son de todo tipo aunque algunos rayan la acidez y  la socarronería. 
“Parking para bicicletas”. Vale, bien. Correcto. Nada que objetar. 
“Parking para coches”. Hago un nuevo recuento de los dedos de mis doloridos pies mientras murmuro “pero qué hijos de la gran puta”. Luego son los andaluces los que presumen de guasa. 
“Acceso minusválidos”. Si después de lo andado y por dónde se ha andado, aparece un personaje (salvo que se refieran a los despojos humanos que vamos llegando como si fuera el arco de meta de un Iron Man), diciendo que para llegar al hall del hotel necesita una rampa, yo mismo me encargo de ajusticiarlo con mis propias manos. 
También se puede ver “Bocadillos de 45 cms” y no puedo por más que imaginar a un peregrino pidiendo uno de chorizo mientras desprende uno de los brazos de la mochila para sacar el metro y si fuera menester aplicar una regla de tres simple directa para aliviar la economía. 
Kilómetro 69,389
Llegamos a un hotel regentado por el Sr. Montgomery Burns y descansamos. 

Segunda etapa. 
Madrugamos e hicimos un desayuno bastante. El Sr. Burns llenaba el restaurante con carteles de prohibido sacar fruta y bollería del comedor. Vigilaba con una fea mirada. Como si los peregrinos fuésemos a hundir su economía, en lugar de engordarla. Pero esta prohibición se levantaba si accedías a pagar un euro por pieza. Cuando algún incauto peregrino se disponía a ello se oía con una voz acerada y miserable: ¡exxxcelllleeeente

En esta segunda etapa nos esperaban 34 kms. Nuestro destino era la pequeña Olveiroa. Los sofocantes rayos del sol de la jornada anterior dan paso a una agradable niebla ligera. Tojos, eucaliptos, pinos y maizales junto a innumerables hórreos serán nuestros compañeros. Es la etapa con menos tramos por asfalto y para mí la más bonita. Es un crudo espectáculo de la vida rural gallega. Con su dureza y con su belleza. Bucólica e injusta a partes iguales. Creo que un par de horas cortando el forraje a golpe de guadaña y purridera como lo hacen estos esforzados lugareños, muchos de ellos octogenarios, nos vendría muy bien a los acomodados urbanitas para encontrarnos a nosotros mismos y darle su justo valor a cada garbanzo que nos llevamos a la boca pensando si de verdad merecemos lo que tenemos en el plato. 

Como llevábamos tiempo sin ver un hito quise socorrer al peregrinaje en general y me dio por fabricar un mojón. Me escondí tras unos helechos, bajé mis pantalones y en el mismo momento en el que me puse de cuclillas, sin saber muy bien qué conexiones neuronales entraron en juego, una canción de Manolo García comenzó a llenarlo todo: Hago pájaros de barro y los echo a volar
Aquí quedó mi regalo. Un hito 100% ecológico, libre de plásticos y sin aceite de palma. Cuando paséis por él os quedarán unos 17 km para concluir esta etapa. Más o menos está en el punto kilométrico 52. 

Los maizales van colonizando el paisaje. Sin un solo aspersor, sin un solo pivot ni cañón de riego, están sembrados a la mitad de separación que en Castilla y les doblan en tamaño. Es todo un espectáculo. 

Kilómetro 41’827. Una parada en Lago para reponernos un poco, comer, repasar los WhatsApp, estudiar la ruta restante, nos junta con una decena de peregrinos, cada uno de una nacionalidad. Todos conocemos y compartimos el mismo deseo: Buen camino. Llenamos la botella de agua y afrontamos el último tramo del día. 6’4 km  y llegamos al albergue en Olveiroa. Se trata de una preciosa y pequeña población con más representación por parte de los peregrinos que de los munícipes. 

Última etapa. Punto kilométrico 35’2. 
En realidad son dos etapas pero decidimos juntarlas en una. 
Desayunamos en un bar en el que había un sujeto que destacaba por ser un conversador profesional. Lo hacía de tal modo que el responsable del bar le llamaba la atención continuamente para que dejara tranquilos a los peregrinos y no se le suicidara ninguno. Su método consistía en hacer una pregunta, por ejemplo: ¿Van ustedes mucho a Madrid? Y sin esperar respuesta alguna hacer una disertación de todas las casas de citas madrileñas (nombró El Conejo Feliz con una sonrisa añorante) a las que iba a tomar una copa. Por que él solo iba a tomar una copa, luego cada cual podía hacer lo que le viniese en gana. Él era un hombre de honor. Además de las putas, nos dijo que su empresa facturaba 2 millones de euros y, luego ya, cosas más insulsas como que los hórreos tienen unas ruedas sobre las patas para evitar que los ratones se coman lo que hay dentro. Este sujeto era el único habitante de España que no pasó hambre en la guerra. Nos decía que mientras que en Castilla la gente agonizaba más que en Auschwitz, su hórreo era como un Carrefour. Hasta allí acudían desde toda la geografía española en pateras para vencer la inanición.., pero todo eso fue hace mucho; en esos tiempos, la casa de chicas madrileña El Conejo Feliz aún no había abierto sus puertas. 
Un poco más tarde de lo esperado iniciamos el último golpe. 

Hasta el punto kilométrico 25 el paisaje es espectacular. Muy similar al de la etapa anterior. Llegamos al Santuario de Nuestra Señora de las Nieves y una horda de jóvenes que vienen contracorriente se suceden durante más de media hora. Lo poco habitual de este hecho me lleva a hacerme una pregunta: ¿Jugará hoy el Depor?  

Kilómetro 19’521. Comienza un largo descenso hasta Cee y Corcubión. Aquí una pareja de alemanes, más lo que parece una suegra, se aventuran a lanzarse a un descenso frenético. ¡Qué manera de bajar! Los jóvenes desaparecieron enseguida de nuestra vista pero Hildegarda (así bauticé a la suegra) se puso a nuestra vera cogiendo ritmo y, poco a poco, su respiración se aceleraba. Yo apretaba con intención de no dejarme sobrepasar por una anciana pero no había manera. Creo que la intención del joven era despistar al expreso de Dusseldorf o acabar con él por infarto pero la firme determinación de Hildegarda ayudándose de los bastones y con la cara roja hacían la tarea imposible. Yo me lo imaginaba a él en el siguiente Oktoberfest, con una jarra de litro y medio de Hacker-Pschorr, contando a los oyentes la historia de cómo acabé con mi suegra; haciendo paradas para despertar la curiosidad con los correspondientes Prost!, para acabar la historia con la siguiente elegante afirmación: “-El único inconveniente fue hacerse cargo de la factura del funeral”.  

Echo un vistazo a mi reloj que hasta hace unos días vibraba pasándome el aviso de que necesito andar 150 pasos para llegar a mis necesidades físicas preestablecidas por una sociedad dirigida y sin iniciativa producto del materialismo, la comodidad y la tecnología, y compruebo que se ha plantado. Dice que este ritmo es insoportable y que va a solicitar una actualización a su representante sindical para que le asignen a un anciano con varices, que guste de la tauromaquia y que tenga contratada la TV por cable, que a partir de ese momento no tolerará más abusos y lanza un único mensaje de aviso: “Que te den por culo. Te va a contar los pasos tu puta madre”.  

Punto kilométrico 14’208
Corcubión. Es el final de esta etapa pero no para nosotros que decidimos hacer el resto del tirón. Un feo recorrido con muchos tramos de asfalto y carretera que nos lleva poco a poco a la meta. A menos de 4 km llegamos a playa de Langosteira, vacía por el frío. Un frío que no nos impidió descalzarnos y hacer ese tramo con los pies a remojo. 
Llegamos a Fisterra pero aún faltaba un pequeño tramo para llegar al faro. Casi habíamos completado el recorrido. A lo lejos se divisaba una masa rocosa donde pronto finalizaríamos nuestra aventura: Gibraltar. (No os asustéis, era el faro de Finisterre. Es una pequeña broma para los que habéis estudiado en la ESO). El fin del mundo, el kilómetro cero. 


Allí nos juntamos peregrinos, turistas, bohemios y paganos. Solo nos quedaba ver el anochecer. Faltaban unas cuantas horas así que decidimos ir al hotel y cenar. Cuando volvíamos sobre nuestros pasos en busca de la habitación, a lo lejos, a nuestro encuentro, una silueta se iba perfilando. Era una figura de mujer, madura, tocada con un sombrero, se ayudaba con sendos bastones en las manos y su firme y decidido movimiento producía una acelerada respiración. Por única vez en todo el camino dije esas palabras: Buen camino, Hildegarda. Creo que finalmente el pobre teutón se encontró con su suegra. 
Y para acabar, no sé si Pablo Neruda completó el camino pero dijo estas palabras, que bien se le podrían haber ocurrido a la orilla Del Río Xallas: 
"Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas"



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