sábado, 14 de julio de 2018

¡Joder con... los Miguel se van al cabo de Gata!


En esta ocasión el destino hizo que las vacaciones nos llevaran hasta Almería, más concretamente hasta el cabo de Gata. Para que el viaje no se hiciese tan largo decidimos pasar un par de días en Águilas, Murcia. Allí descubrimos que un ser vivo en grupo puede joder las vacaciones a miles de personas y no, no estoy hablando de un consejo de Ministros, que también; hablo de las medusas, o como las bautizó Pablo: las mierdusas. Era pisar una playa y los ejércitos de medusas convertían sus arenas en una gelatina asquerosa. No hacían distinción entre murcianos y foráneos. Me preguntaba cómo era posible que no nos distinguieran: Yo me acercaba a la orilla y hablaba de qué fría estaba, o de que iba a intentar nadar un rato, o admiraba un castillo de arena chulo; a mi lado un grupo de tres jóvenes murcianas hablaban bien diferente. Charlaban sobre lo que hicieron la tarde anterior. Una de ellas les decía a las otras: “-Lleguemohs, nohs duchemohs y nohs cambiemohs”.  

Imagino lo diferente que hubiera sido la historia  si el cónsul romano Julio César hubiera nacido en Alcantarilla, a la hora de informar al Senado de lo acontecido en la batalla de Zela. El soso y anodino “Veni, vidi, vici”, se hubiera convertido en un apoteósico “Lleguemohs, miremohs, ganemohs”. Y si para rematarlo, hubiera añadido al final, tras una pequeña pausa, un “Acho”... ¡¡¡Buah, brutal!!!...



¡Qué importantes son los idiomas! Sin ir más lejos, comiendo en un restaurante en la playa de Pulpí, daban en las noticias cómo un aficionado mexicano, en el mundial de Rusia paraba una pelea de aguerridos y violentos ultras rusos al grito de “Trankiloski, trankiloski”. 



Sin apenas deshacer las maletas, nos pusimos en marcha rumbo al cabo de Gata.  Allí nos esperaba toda la familia. Cuando digo toda la familia, es mentira, no estábamos todos, seríamos sólo unos 70. ¿Motivo? Una boda. ¿Dónde alojarnos todos? En un camping. Acabamos con las existencias de bungalós, de helados y de bacalao en el restaurante. Tú pedías en el menú bacalao y el camarero te traía lo que le viniera en gana ese día bajo el pretexto de “no me ha llegado el bacalao”. Así toda la semana. Un día te sorprendía con merluza y otro con lubina. Al final cogimos el truco: Pedir merluza. Ahí te venía el fulano en cuestión y te ponía un exquisito bacalao acompañado de un “me se ha acabado la merluza”.  



La boda en cuestión era de mi prima Gema (Pasapalabra, Ahora Caigo, Un, dos, tres, Saber y Ganar, Euromillones, Loterías y Apuestas del Estado) y de Iñaki (El encantador de niños, Zumba, Aquagym, Yogafitnes, Yogagym), un joven de A Coruña, que nooo, que es broma; de Bilbao. Pero de Bilbao Bilbao. Cuando veía una araña grande al lado del bungaló entraba diciendo: Hoy hago la siesta en el Guggenheim. 



Él se lleva a una joya pero el que sale más beneficiado en esta unión es sin duda mi tío. Antes, los enlaces se hacían por tierras o por vacas. Creemos que en esta sociedad moderna todo ha cambiado pero qué equivocados estamos. Cambia el color y el nombre de la moneda pero el objeto sigue siendo el mismo. Mi tío entregó con el mayor de los entusiasmos a su hija pequeña  a una familia de Bilbao, los Manjarrés, a cambio de una actualización anual del Angel Driver. El tiempo dirá si el cambio ha merecido la pena. Mucho me temo que sí. No hay más que comprobar el despliegue de radares de la DGT. 



La boda en sí fue un acto inmejorable.  Sin más dioses y  ediles que la naturaleza volcánica y desértica de la zona con un fondo marino interrumpido por las montañas. Un altar que nada tenía que envidiar a Stonehenge por el que camareros y cuerpo técnico no paraban de repartir klínex. Cada vez que salía alguien a hablar todo se convertía en un derrame de lágrimas que más parecía un funeral que un casamiento. 



Al final, la emotividad sólo pudo ser combatida con jamón. Jamón serrano. Creo que la boda en sí solo dejó un resquicio a la superación (que no se me enfaden los novios): el postre. Como digo, todo fue muy difícil de superar, pero si a alguien le entra el espíritu competitivo en celebraciones de boda, la llave está en el postre. 



Para un candidato convencido a la diabetes como yo, un postre debe reunir obligatoriamente ocho de estos diez componentes para ser considerado como tal: sirope, crema, nata, chocolate, hojaldre, cabello de ángel, azúcar glas, almendra fileteada, miel y/o caramelo. Si no tiene un mínimo ocho de  ellos, de los cuales son obligatorios el chocolate y la crema pastelera, para mí, eso es un segundo plato, uno de estos modernos que juegan con el dulce y con el salado pero nunca un postre, salvo que seas vegano, estés a dieta, o seas un runner psicópata. Y por supuesto, lo más importante, con una sola cuchara. El que quiera probar que se vaya a un bufete. Un camarero que viene con un solo postre y ofrece dos cucharas, con un reflejo de eficacia en su semblante, de adelantarse a los acontecimientos, debería ser sacrificado al instante. Al igual que a los picoletos, no le pagan por pensar, si no por servir. 



Tras la boda iban pasando los días y mi promesa de salir a correr un día sí y otro no se iba difuminando. Todos los días me acostaba y me decía: “-Mañana madrugo”. Pues me costó 4 días madrugar. Esa mañana salí orgullosísimo con las marcas de la sábana en mi cara y los ojos como los de Yoda, sobre las 8. Cuando volví, una hora y 12 kms después, me encuentro con mi primo suizo:
-¿Vienes o vas?”
- No hombre. Ya estoy de vuelta- suelto con la cosa de que a quien madruga Dios le ayuda. 
- Para esto hay que salir a las 6. 
No te jode. ¡A las 6! Si alguna vez voy a Suiza, tranquilo que saldré a las 6. Bueno, por si acaso, no hay que calentarse, a ver si alguna día ...; las 7’30 puede ser una buena hora. 



Unos días después se organizó un viaje en kayak por la costa para ver calas inaccesibles por tierra y observar la geología del terreno. El guía, que algo sospecharía, lo primero que hizo fue preguntar si había algún geólogo o biólogo en el grupo, para evitar decir alguna barbaridad, y si daba algún dato incorrecto, pidió por favor, que le corrigieran. No sé si lo notaría en nuestras caras pero había más biólogos y geólogos por metro cuadrado en el grupo que tontos en el parqué de Nueva York. Nos enseñaron a utilizar la pala y a remar en pareja. No se debió explicar muy bien o nuestras entendederas no fueron muy acertadas porque todo eran expresiones de reproche: 
¡Quieres ir recto que te estás desviando hacia la costa indonesia, merluzo!; Acaso no ves que vamos directos a esa roca; Tienes menos coordinación que Mariano Rajoy; Si no fuera por mí aún estábamos en la playa; Pero si no hago más que sudar...

En fin, que sin saber cómo, llegamos a una cala desierta, salvo por un ejemplar humano femenino que se las debió prometer muy felices al llegar hasta esa cala en un pequeño cayuco, y viendo que estaba sola ante la inmensidad de la naturaleza decidió quemar sus ropajes y quedar tal como llegó al mundo.  No contó con el factor Miguel y apenas las últimas cenizas de su hato se extinguían, una horda de kayaks compuesta por biólogos, geólogos, ingenieros e incluso impúberes, formábamos un bello público que debatía sobre su vello púbico: 

-Esas formaciones tienen que ser por fuerza anteriores al cretácico. Hace años que no veía una cosa así en un ejemplar adulto. 
-No estoy de acuerdo. Las ingles brasileñas son una peculiaridad aislada solo datable en Europa y América. Quizás este individuo proceda de las no lejanas costas africanas. 
-Las dos formaciones que hay al norte del Peloponeso dejan claro  una procedencia  indoeuropea. 



Azorada, en mitad del debate, cogió su remo, montó en su cayuco y comenzó a alejarse entre murmullos, arrepentida de no haberse depilado. Ya lo decía mi madre: Hagas lo que hagas, ponte bragas. 



Iban pasando los días y el grupo mermaba. Las existencias de bacalao en el camping se iban estabilizando y los helados bajaron de precio. El resto íbamos visitando los últimos restaurantes cuyas reservas cada día eran más fáciles de conseguir (ya no se sorprendían al pedir una reserva para 15) y las últimas playas que nos quedaban por ver. Nos llevábamos de recuerdo muchos kilos de arena en los vehículos. No sé cómo estarán en Andalucía las denuncias por la extracción de áridos pero era un tema que me preocupó profundamente esos últimos días. Cabíamos en los selfies e incluso había huecos al fondo para inmortalizar paisajes. Durante mi última cena me dio por decir a la camarera, después de traerme una jarra de cerveza con su giste desbordante: "-Gracias, guapa". Pues nada, que tengo el juicio para el día 24.



Poco antes de partir, un vehículo, cargado de maletas y con el motor arrancado, paró delante de mi bungaló. El conductor manejaba una pequeña consola. Era mi tío, ansioso por sacar partido al casamiento, que volvía a Madrid. Inició un leve y continuo movimiento, mientras se alejaba la potente voz de Carlos Herrera le avisaba: “A 50 m gire a la izquierda”. 

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