domingo, 6 de agosto de 2017

¡Joder con ... Conil!

Llevábamos cerca de 4 horas de viaje y estábamos deseando parar y estirar un poco las piernas. Cogimos una salida cerca de Almendralejo, la 666, y entramos en un antro oscuro para tomar un café. De pronto, comenzó a bailar Salma Hayek con una serpiente sobre los hombros. 
"-Vámonos cagando leches y no miréis para atrás".

Ya, en el coche, les di unas pequeñas nociones para luchar contra vampiros y zombis. Para los primeros nada como las napolitanas de chocolate. Es un tratamiento largo pero doblemente efectivo: machacamos sus caninos a la vez que aumentamos su índice de grasa. Contra los zombis el proceso es mucho más sencillo y eficaz desde el minuto 1, aunque las productoras de Hollywood quieran ocultarlo. Consiste en enterrar a nuestros muertos con los cordones de los zapatos atados entre sí. Un pequeño gesto que nos hará triunfar en el caso de que llegue una Guerra Z. 

Continuamos viaje y unas tres horas después llegamos a nuestro alojamiento en Conil. Se trataba de una preciosa casa muy confortable, bien comunicada pero en una zona tranquila y con una posición privilegiada en la que pudimos rememorar a los fundadores de la localidad:
"-Oh, qué maravilla! Pluguiera a los dioses darle un nombre- decía el fenicio mientras miraba al horizonte haciendo visera con la mano derecha sobre la frente.
-Por la gloria de mi señor que lo llamaremos Eldefonso de la Frontera-
-¿Eldefonso? ¿No le place más a vuesa merced con il?
-Pues Conil se llamará. No se hable más". 
Y así quedó bautizada para la posteridad. 

Instalados y con las maletas deshechas bajamos a buscar solaz en la piscina para quitarnos el polvo de los 700 kilómetros del camino.  En ella estaban retozando unos jóvenes extranjeros haciendo uso de esa incómoda moda (moda moda moda...) de ponerse ropa interior debajo del bañador. Pero lo de estos chicos era insólito. No sé si llevarían todos los bañadores de los que hace uso una persona respetable durante toda una vida, pero el caso es que llevaban muchos. Después de no poca reflexión dialéctica con mi cuñado llegamos a una conclusión. De todos es sabido la afición de esta gente por beberse todo lo que contenga espuma, muchos de ellos, incluso, hasta perder el conocimiento. Esto nos llevó a atar cabos y dedujimos que venían con un bañador por cada día de estancia vacacional. A la puesta de sol, bajo nuestra hipótesis, estarían obligados a desprenderse del bañador más exterior y así, cada día, desaparecería una capa. Cuando se encontraran como Dios les trajo al mundo, posarían la jarra de cerveza que tuvieran en la mano en ese momento en el primer sitio seguro que encontraran y echarían a correr como posesos hasta el aeropuerto para coger el vuelo de vuelta. 

Tras este primer contacto salimos a dar un paseo. Estaba oscureciendo pero el agonizar del día permitía ver el polvo que bañaba los coches. ¿Polvo? Si alguna vez habéis visto la demolición de un edificio os podéis hacer una idea del parque automovilístico de Conil. Cualquier calle de Conil parece una bocacalle del World Trade Center en el 11-S. Mi coche, que venía zurrado de todo el viaje y de sobrevivir a la cosecha y a tres encierros camperos, parecía recién sacado del concesionario. Incluso un munícipe me aconsejó con su gracejo: "-Pisha, no lo lave má. Kakí no te merese la pena de laval lo, hío". 

Decidimos irnos a descansar para levantarnos pronto al día siguiente y aprovechar una mañana de playa. Con los ojos inyectados en salmorejo nos costó mucho abrir nuestros párpados pero era necesario levantarse temprano. Estaba hablado de antemano. Por muy tarde que nos acostáramos la hora de la diana no era negociable. Nunca más tarde de las nueve. Con nuestra fuerza de voluntad trabajando a toda máquina conseguimos hollar la arena de la playa a las 14'15 (hora española) y a las 14'20 Pablo la estaba hoyando. No problem. Aquí no madruga ni el sol. Había una bruma costera que cubría el ambiente. 
-Ha venío el invienno- decían algunos. Debían de ser extraterrestres porque estas afirmaciones las hacían en tirantes y sudando. Si estuvieran por aquí los Stark....

Cuando por fin salió el sol comenzó la pasarela de las nuevas tendencias. Los bañadores, año tras año, están siendo fagocitados por las nalgas. Las modas son así.  Cuando ya no haya nada que fagocitar los diseñadores dirán: "-A tomar por culo, ahora por las rodillas. La juventud traga con todo".  Y pondrán bañadores pololo y de cuello vuelto. 

Entre la pasarela de arena me llamaba la atención una especie superior que habita las playas. Son muy parecidos a los humanos pero, aquéllos, son capaces de permanecer en su fortín de la playa durante 21 horas seguidas sin que se les adhiera un solo grano de arena, aún con media docena de churumbeles al lado bien provistos de cubos, palas, raquetas y retroexcavadoras. Los profesionales de la playa hacen propias las palabras de Jesús-Hombre: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". Y, así, colocan la nevera portátil. A su alrededor, siguiendo un orden preestablecido, sólo conocido por los iniciados, completan el templo de toallas, sombrillas, sillas, mesas, cortavientos, suelo radiante y repelente de arena. Nosotros, los noveles, llegamos con nuestras 5 toallas y apenas las posamos en el suelo, el repelente de arena de los de alrededor hace que todo grano que pasa por allí, amén de los que hoya Pablo, se nos pegue. Mientras, mis vecinos, sacuden el felpudo Welcome a la entrada de su campamento con la seguridad que les da saber que ni el temido levante puede hacerles mella. 

El Levante en Conil es como si se presentara el Apocalipsis. Nosotros no lo sufrimos pero nuestra casera, Isabel, antes de preguntar nuestros nombres y hablar del vil metal, lo primero que nos advirtió fue sobre este fenómeno: "-Si hubiera levante, ya lo siento, plegad los toldos, cerrad puertas y ventanas, meteos en la habitación del pánico y si hay bajas, Dios no lo quiera, enterrad los cadáveres con los pies atados, por si hubiera una Guerra Mundial Z".

Comimos a las 18 h con los bañadores mojados y los cuerpos repletos de arena. Abandonamos el lugar a las 20 h con los bañadores mojados y los cuerpos repletos de arena. Recorrimos los 10 km que nos separaban de la casa en 75 minutos (en coche, se entiende) y dejamos nuestra humedad y nuestra arena a buen recaudo en los asientos del vehículo. "-Esto es vida- decíamos. Pero si un empresario nos contratara para hacer esto durante una semana pagándonos dos de los grandes le tacharíamos de fascista explotador al servicio de los bancos y de los mercados que sólo busca enriquecerse a nuestra costa el hijodelagranputa. 

Así pasábamos los días entre chiringuitos, arena, coche y madrugones. No dejaba de llamarme la atención uno de los mayores espectáculos paisajísticos que podemos contemplar en Conil. Éste no es otro que la blancura de las casas. Todas son blancas como la leche. Unas con tonos desnatados, otras con matices de soja, las hay de almendras, de arroz, sin lactosa, semis... pero, todas, blancas. El comercial de Titanlux, que llegó a Conil para abrir mercado, bajo el título de Comercial de la Década, fue prejubilado a las dos semanas. Días más tarde lo encontraron en su blanco garaje dentro del vehículo, con el motor encendido y una manguera desde el tubo de escape hasta la ventanilla. 

Se acercaba la hora de hacer las maletas y no sabíamos qué hacer con los cerca de 1450 kilos de fina arena ocultos en la ropa y en el vehículo. Decidimos en asamblea arriesgarnos y confabularnos para ponerla en el mercado. Pablo se encargaría de su tratamiento, Carol y Raúl la distribuirían por Madrid principalmente y yo me haría cargo del transporte. María José blanquearía la pasta. Pero algo inesperado cambió los planes. Apareció el Levante y se lo llevó todo. 


De camino evitamos la salida 666 y comenzamos a buscar nuevos destinos al son de (te va a resonar todo el día en la cabeza y no lo vas a poder evitar) Des-pa-ci-to. 

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