Llevábamos cerca de 4 horas de viaje y
estábamos deseando parar y estirar un poco las piernas. Cogimos una salida
cerca de Almendralejo, la 666, y entramos en un antro oscuro para tomar un
café. De pronto, comenzó a bailar Salma Hayek con una serpiente sobre los
hombros.
"-Vámonos cagando leches y no miréis para atrás".
Ya, en el coche, les di unas pequeñas
nociones para luchar contra vampiros y zombis. Para los primeros nada como las
napolitanas de chocolate. Es un tratamiento largo pero doblemente efectivo:
machacamos sus caninos a la vez que aumentamos su índice de grasa. Contra los
zombis el proceso es mucho más sencillo y eficaz desde el minuto 1, aunque las
productoras de Hollywood quieran ocultarlo. Consiste en enterrar a nuestros
muertos con los cordones de los zapatos atados entre sí. Un pequeño gesto que
nos hará triunfar en el caso de que llegue una Guerra Z.
Continuamos viaje y unas tres horas
después llegamos a nuestro alojamiento en Conil. Se trataba de una preciosa
casa muy confortable, bien comunicada pero en una zona tranquila y con una
posición privilegiada en la que pudimos rememorar a los fundadores de la
localidad:
"-Oh, qué maravilla! Pluguiera a los dioses darle un nombre- decía el
fenicio mientras miraba al horizonte haciendo visera con la mano derecha sobre
la frente.
-Por la gloria de mi señor que lo llamaremos Eldefonso de la Frontera-
-¿Eldefonso? ¿No le place más a vuesa merced con il?
-Pues Conil se llamará. No se hable más".
Y así quedó bautizada para la
posteridad.
Instalados y con las maletas deshechas
bajamos a buscar solaz en la piscina para quitarnos el polvo de los 700
kilómetros del camino. En ella estaban retozando unos jóvenes extranjeros
haciendo uso de esa incómoda moda (moda moda moda...) de ponerse ropa interior
debajo del bañador. Pero lo de estos chicos era insólito. No sé si llevarían
todos los bañadores de los que hace uso una persona respetable durante toda una
vida, pero el caso es que llevaban muchos. Después de no poca reflexión
dialéctica con mi cuñado llegamos a una conclusión. De todos es sabido la
afición de esta gente por beberse todo lo que contenga espuma, muchos de ellos,
incluso, hasta perder el conocimiento. Esto nos llevó a atar cabos y dedujimos
que venían con un bañador por cada día de estancia vacacional. A la puesta de
sol, bajo nuestra hipótesis, estarían obligados a desprenderse del bañador más
exterior y así, cada día, desaparecería una capa. Cuando se encontraran como
Dios les trajo al mundo, posarían la jarra de cerveza que tuvieran en la mano
en ese momento en el primer sitio seguro que encontraran y echarían a correr
como posesos hasta el aeropuerto para coger el vuelo de vuelta.
Tras este primer contacto salimos a dar
un paseo. Estaba oscureciendo pero el agonizar del día permitía ver el polvo
que bañaba los coches. ¿Polvo? Si alguna vez habéis visto la demolición de
un edificio os podéis hacer una idea del parque automovilístico de Conil.
Cualquier calle de Conil parece una bocacalle del World Trade Center en el
11-S. Mi coche, que venía zurrado de todo el viaje y de sobrevivir a la
cosecha y a tres encierros camperos, parecía recién sacado del concesionario.
Incluso un munícipe me aconsejó con su gracejo: "-Pisha, no lo lave má. Kakí no te merese la pena de laval lo, hío".
Decidimos irnos a descansar para
levantarnos pronto al día siguiente y aprovechar una mañana de playa. Con los
ojos inyectados en salmorejo nos costó mucho abrir nuestros párpados pero era
necesario levantarse temprano. Estaba hablado de antemano. Por muy tarde que
nos acostáramos la hora de la diana no era negociable. Nunca más tarde de las
nueve. Con nuestra fuerza de voluntad trabajando a toda máquina conseguimos
hollar la arena de la playa a las 14'15 (hora española) y a las 14'20
Pablo la estaba hoyando. No problem. Aquí no madruga ni el sol. Había una bruma
costera que cubría el ambiente.
-Ha venío el invienno- decían algunos. Debían de ser extraterrestres porque
estas afirmaciones las hacían en tirantes y sudando. Si estuvieran por aquí los
Stark....
Cuando por fin salió el sol comenzó la
pasarela de las nuevas tendencias. Los bañadores, año tras año, están
siendo fagocitados por las nalgas. Las modas son así. Cuando ya no haya
nada que fagocitar los diseñadores dirán: "-A
tomar por culo, ahora por las rodillas. La juventud traga con todo".
Y pondrán bañadores pololo y de cuello vuelto.
Entre la pasarela de arena me llamaba la
atención una especie superior que habita las playas. Son muy parecidos a los
humanos pero, aquéllos, son capaces de permanecer en su fortín de la playa
durante 21 horas seguidas sin que se les adhiera un solo grano de arena, aún
con media docena de churumbeles al lado bien provistos de cubos, palas,
raquetas y retroexcavadoras. Los profesionales de la playa hacen propias las
palabras de Jesús-Hombre: "Sobre
esta roca edificaré mi iglesia". Y, así, colocan la nevera portátil. A
su alrededor, siguiendo un orden preestablecido, sólo conocido por los
iniciados, completan el templo de toallas, sombrillas, sillas, mesas,
cortavientos, suelo radiante y repelente de arena. Nosotros, los noveles,
llegamos con nuestras 5 toallas y apenas las posamos en el suelo, el repelente
de arena de los de alrededor hace que todo grano que pasa por allí, amén de los
que hoya Pablo, se nos pegue. Mientras, mis vecinos, sacuden el felpudo Welcome
a la entrada de su campamento con la seguridad que les da saber que ni el
temido levante puede hacerles mella.
El Levante en Conil es como si se
presentara el Apocalipsis. Nosotros no lo sufrimos pero nuestra casera, Isabel,
antes de preguntar nuestros nombres y hablar del vil metal, lo primero que nos
advirtió fue sobre este fenómeno: "-Si
hubiera levante, ya lo siento, plegad los toldos, cerrad puertas y ventanas, meteos
en la habitación del pánico y si hay bajas, Dios no lo quiera, enterrad los
cadáveres con los pies atados, por si hubiera una Guerra Mundial Z".
Comimos a las 18 h con los bañadores
mojados y los cuerpos repletos de arena. Abandonamos el lugar a las 20 h
con los bañadores mojados y los cuerpos repletos de arena. Recorrimos los
10 km que nos separaban de la casa en 75 minutos (en coche, se entiende) y
dejamos nuestra humedad y nuestra arena a buen recaudo en los asientos del
vehículo. "-Esto es vida-
decíamos. Pero si un empresario nos contratara para hacer esto durante una
semana pagándonos dos de los grandes le tacharíamos de fascista explotador al
servicio de los bancos y de los mercados que sólo busca enriquecerse a nuestra
costa el hijodelagranputa.
Así pasábamos los días entre
chiringuitos, arena, coche y madrugones. No dejaba de llamarme la atención uno
de los mayores espectáculos paisajísticos que podemos contemplar en Conil. Éste
no es otro que la blancura de las casas. Todas son blancas como la leche. Unas
con tonos desnatados, otras con matices de soja, las hay de almendras, de
arroz, sin lactosa, semis... pero, todas, blancas. El comercial de Titanlux,
que llegó a Conil para abrir mercado, bajo el título de Comercial de la Década,
fue prejubilado a las dos semanas. Días más tarde lo encontraron en su blanco garaje
dentro del vehículo, con el motor encendido y una manguera desde el tubo de
escape hasta la ventanilla.
Se acercaba la hora de hacer las maletas
y no sabíamos qué hacer con los cerca de 1450 kilos de fina arena ocultos en la
ropa y en el vehículo. Decidimos en asamblea arriesgarnos y confabularnos para
ponerla en el mercado. Pablo se encargaría de su tratamiento, Carol y Raúl
la distribuirían por Madrid principalmente y yo me haría cargo del transporte.
María José blanquearía la pasta. Pero algo inesperado cambió los planes.
Apareció el Levante y se lo llevó todo.
De camino evitamos la salida 666 y
comenzamos a buscar nuevos destinos al son de (te va a resonar todo el día en
la cabeza y no lo vas a poder evitar) Des-pa-ci-to.
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